Es posible perder el sentido cuando Marcos nos explica lo
que llevaban los discípulos en su misión evangelizadora.
Ellos andaban con sólo un abrigo para el frío, sin morral,
sin comida, sin dinero. Porque nosotros andamos con tantas
cosas, pensamos que lo que él nos quiere decir sólo
concierne la pobreza esperada del evangelizador; pero hay
algo más.
Para las vacaciones llevo muchas cosas innecesarias. Al
viajar con motivo de trabajo, voy con poquitos chécheres;
nunca me falta nada.
Marcos nos dice que el evangelio no se mejora por las
cosas cargadas ni crece nuestro ánimo por posesiones, sino
por lo que somos y podemos llegar a ser. No somos arañas,
llevando por fuera la espina dorsal, sino, teniéndola por
dentro, somos seres con un presente y con sueños del
futuro.
Marcos habla claramente y nos deja con preguntas. ¿Quiénes
somos, qué es lo que nos preocupa y cómo actuamos en el
mundo que nos rodea?
Marcos también se preocupa por nuestra manera de
acercarnos a los demás. Espera vernos con relaciones
desarrolladas, no de lejos, sino de cerca, aceptando lo
que los demás nos quieren dar y compartiendo lo que somos
con ellos. Él cuenta con nuestro compañerismo como
fundamento del Evangelio práctico.
No debemos confundir los detalles de nuestra vida con el
mensaje evangélico. La Buena Nueva abre la historia de los
pueblos a la presencia del Dios que nos invita a
organizarnos y hacernos responsables de la vida. Esto será
posible sólo si el anuncio, la noticia de la Resurrección
del Señor, este aviso de que todo será posible, toma lugar
en el contexto de la cultura y las posibilidades
históricas de todo pueblo que abraza a Dios, el dueño del
mensaje.
El siglo dieciocho, época de la misión de Mateo Ricci en
la gran China y de los Padres Jesuitas en las reducciones
paraguayas, revela una Iglesia Católica afligida de las
mismas corrupciones que frustraron la vida y la sociedad
de toda Europa. La jerarquía destruyó, no sólo los mejores
ministros del Evangelio, sino las misiones con que
celebraban la luz evangélica en comunidades indígenas. Los
Papas de ese entonces apoyaron sin condición el
colonialismo y el esclavismo promovidos por sus primos,
los reyes Borbones (y bribones).
El Evangelio nunca da un mensaje secreto a uno solo. Tal
entendimiento nos traería al borde de la herejía
eclesiástica más antigua, el Gnosticismo. La gloria del
Evangelio existe, no por secretos dados a unos cuantos,
sino por un proceso que se identifica con un modo
compartido de vivir. La Buena Nueva debe ser la coyuntura
entre los sentimientos, el entendimiento y nuestras
acciones, haciendo posible la creación libre de un mundo
justo y amoroso como el que Dios siempre quería desde el
primer amanecer. Cualquier realidad que oprime o limita la
vida humana, entonces, no podrá ser de Dios.
Por esto, no tenemos excusas para no ser o no hacer. Si un
pueblo rechace su propia grandeza, u otro pueblo, por
violencia o engaño, se la quite para que la vida y voz de
Dios no se reflejen en ellos, el mismo proceso del
Evangelio se apaga.
Esto puede ser el peligro más grande en la Iglesia de hoy.
Los líderes hablan del diálogo, pero, a la hora de
decidir, se excluyen los feligreses de la decisión. Todo
huele a Julio IIº quien, montado a caballo, llevaba la
guerra a sus paisanos italianos o a Alejandro VIº quien
mandaba a quemar la literatura maya.
La cultura e historia de cada cual dan riquezas al
Evangelio, dándole sentido hoy mismo. La poesía o el
baile, la comida y la familia, las luchas y alegrías del
inmigrante no vacían, sino alimentan nuestra Iglesia.
¿Entendemos o no que la Iglesia no se recibe del pasado,
sino que se descubre surgiendo del momento actual en que
compartimos con otros la experiencia de la Resurrección de
Cristo?
Donaldo Headley
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