Como los rizos que se forman en el agua al tirar una
piedra al lago, se ven varios circulos concéntricos como
enfoque de la narración evangélica según Marcos. Yahvé, el
discipulado y la cruz son realidades relacionadas una con
otra y aparecen las tres en distintos momentos del
Evangelio. Sin embargo, todas ellas se reúnen en el
enfoque central y principal del cual oimos hoy, el enfoque
de todos los que comparten la nueva humanidad del Cristo
resucitado, la fe.
La fe es algo evasivo para muchos porque, según San Pablo,
ella comienza en el sentido más tenue de todos los
sentidos, el oído. Escuchamos un testimonio y lo creemos o
no. Adheremos a lo que alguien nos dice o no. Atendemos a
quien nos promete un futuro distinto a lo que vivimos en
el mundo actual o no.
Los pueblos aymara del altiplano andino no consideran el
futuro como una realidad por delante porque no lo pueden
ver. Según su cultura, porque no se ve, el futuro tendrá
que ser algo que viene poco a poco acercándose, pero de
atrás.
Abraham es reconocido como el padre de la fe porque se
desinstaló de su propio pasado disfuncional para abrazar
un futuro construido sobre la fe. Yahvé le había dicho que
su familia particular llegara a ser la norma para toda
familia humana verdadera. La fe, para los aymara, Abraham
y nosotros es un don regalado a nuestro oído y más aun a
nuestra imaginación.
El Padre Daniel Hartnett, un jesuita y el decano de la
facultad de filosofía en la Universidad de Loyola –
Chicago, nos dice que conocemos, no sólo la historia de la
Resurrección de Jesús en el pasado, ni solamente la
esperanza de participar en ella para el último Día.
Debemos entender cómo nuestra fe nos da participación en
ese evento y sus efectos hoy mismo. El nos recuerda de que
somos, no sólo un pueblo de la Cruz o de la Iglesia, sino
de la Resurrección. La Resurrección es la realidad de fe
que debe compenetrar nuestra vida entera, transformando la
manera en que la compartimos con los demás.
El Padre Hartnett nos enseñala que, para vivir nuestro
ministerio cristiano según los principios de fe como un
pueblo de la Resurrección, debemos pasar cuatro etapas
conscientes: no sólo debemos experimentar y comprender los
problemas de la vida sino también tener la capacidad de
imaginar y crear algo totalmente diferente de lo que vemos
en el ambiente.
Es posible experimentar abuso en una familia disfuncional
y sentir el horror de la guerra en Iraq. Podemos sufrir la
confusión de las leyes actuales rigiendo la inmigración en
los EE.UU y ser asombrados por el avance del SIDA en un
suburbio sudafricano.
Podemos quizás pasar a la próxima etapa e intentar
comprender y analizar las causas de nuestra desesperanza.
Sin embargo, a pesar de la compasión que sintamos y la
comprensión que seamos capaces de apreciar, estas etapas
no son suficientes para transformar la situación y
solucionar los problemas bajo consideración.
Es completamente necesario también imaginar un mundo en
donde estos problemas ya no existen y, basados en nuestro
sueño de algo totalmente distinto, comenzar a crear ese
mundo soñado.
La esperanza va a tratar de la parte final y creadora de
este proceso, pero sólo la fe de uno es capaz de imaginar
el mundo como lo deseamos tener. Si Dios es el amor
efectivo y reina de verdad en este universo, pues somos
nosotros, los creados a su imagen, los indicados a
provocar por el uso de la imaginación la justicia, amor y
compasión que supuestamente deben estar acompañando su
reinar.
Los discípulos en la narración de Marcos nunca muestran la
habilidad de imaginar algo diferente en su ambiente. Ellos
ven todo como algo final y ya determinado. Según ellos no
habrá futuro porque ellos mismos nunca son capaces de
imaginar una posibilidad nueva y distinta. Si hay una
tormenta, su barco será hundido. Teniendo sólo cinco panes
y dos peces en la bolsa, no habrá comida para todos. Si un
leproso se para por delante, no lo podrán abrazar. Los
paralíticos jamás caminarán.
De lo contrario, la imaginación de Jesús siempre está
llena de posibilidades mesianicas de grandes cambios para
su mundo. Dios promueve un mundo distinto y nosotros
debemos ser los que lo imaginan y crean. Si hemos sido
creados a la imagen y semejanza de este Dios, entonces,
acompañandolo, debemos soñarlo y hacerlo existir.
Donaldo Headley
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