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… Un Vivir para Dios

El santo crisma se impone en la frente de los recién bautizados como también de los confirmados maduros para identificarlos con Cristo sacerdote, rey y profeta. Las lecturas de hoy nos dicen algo sobre este último título de “profeta.” La función del profeta no es adivinar el futuro, sino ejercer la responsabilidad difícil y exigente de decir la verdad cómo el mismo Dios lo ve y lo quiere expresar.

Hace una semana, Jeremías nos dijo de su enojo, provocado por los que querían asesinarlo y así eliminar la Palabra de Dios que él proclamaba. Hoy Eliseo da una promesa a una mujer marginada. El le ofrece lo que solo Dios le puede dar: gracia, familia y futuro.

Porque él es Dios, nos salva; porque él es hombre, nos salva a nosotros.

Todos los que quieren hablar por Dios sobre las alegrías y problemas de la vida humana deben encaminarse con Abraham, nuestro padre en la fe. No hay profeta ninguno, incluyendo al mismo Jesús, que no imita a este peregrino del desierto, el contador de granos de arena y observador de estrellas. El abandona su propia vida para acompañar a un Dios ajeno y desconocido, abriendo los dos una nueva historia sin precedentes. Si queremos seguir este camino de gracia y felicidad, hay que desintalarnos como Abraham. Dios nos invita a dejar lo que somos y así abrazar lo que Dios nos pide como pasos de fe. Para el profeta otras posibilidades no tienen importancia.

En la Tercera Lectura, tomada del evangelio según Mateo, Jesús clausura con los discípulos su discurso misionero, diciéndoles cómo seguir a Abraham. Jesús los invita a abandonar a su familia y su mundo como insignificantes cuando comparados con el reino de Dios vivido por adelantado y esperado. Todos los que se apegan a la vida la perderán y los que dan su vida por los demás encontrarán el verdadero sentido de ella. Un vaso de agua fria o una bienvenida entregados a quien proclama la Palabra esperanzada de Dios identificará para siempre con Dios, su Palabra y el profeta a aquel que se los da.

La Segunda Lectura, seleccionada de la carta de San Pablo a los cristianos en Roma, nos enseña con más claridad las consecuencias de vivir una vida profética. Dios ha ivitado a todo judío y cristiano a vivir juntos al camino de fe de Abraham, Israel por medio de la Torah y la comunidad cristiana por su unión a la vida resucitada de Cristo.

La procesión con el Torah que inicia el rito sabatino en la sinagoga celebra la fe en el Dios que ofrece la oportunidad de ser amantes, creadores y liberadores como El. En cada generación muchos cristianos han emergido también de sus piscinas bautismales, para apoyar y celebrar la solidaridad humana.

Los profetas clásicos de Israel eran personas activas. Fueron odiados o amados, no por sus palabras, sino por la manera en que habían encarnado la Palabra creadora y liberadora de Dios. Vivían al margen de un mundo viejo, preparando caminos al mundo nuevo y más justo que Dios iba a crear. Necesariamente, ellos se sacrificaron en los cambios que traía ese futuro sorprendente.

Abraham y Jeremías, Eliseo y Moisés, tú, yo y el niño bautizado ayer, todos nosotros, si tomamos en serio la responsabilidad profética, debemos entender que lo que seremos en el futuro ni se ha soñado hasta este momento actual. San Pablo nos dice hoy que morir es el único camino a la resurrección. Cada cristiano y todo lo que posee debe envolverse en la mortaja de Jesús para después resucitarse a su vida nueva. Para nosotros Cristo es Dios y hombre, identificado con nuestra vida y muerte. En esta misma identificación con nosotros, él es también aceptado y resucitado por Dios. Porque él es Dios, nos salva; porque él es hombre, nos salva a nosotros. Sin embargo, esa salvación, como la de Abraham y sus descendientes en la historia, no nos pertenece individualmente, sino como el don inicial que abre caminos al mundo y a la humanidad de todos.

Las preguntas sobre nuestro don profético son importantes. ¿Lo hemos aceptado de verdad? Damos esperanza a los que nos rodean o expresamos sólo una serie de amenazas, subrayando nuestra manera tonta de acercarnos al milenio? La agenda que proclamos es de Dios o de nosotros? ¿Incluimos en las profesías a los jóvenes que serán los dueños del mundo futuro o intentamos controlar este mundo de ellos para la comodidad de nosotros mismos?


Donaldo Headley

Donaldo Headley se ordenó al sacerdocio en 1958. Se graduó con MA en filosofía y STL en teología de la Facultad Pontificia del Seminario de Santa María del Lago en Mundelein, Illinois.


Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org