Muchas personas leen la Biblia, y, entre todas, ellas
tienen varios puntos de vista. Los fundamentalistas
determinan su lectura por la misma palabra, posiblemente
mal traducida, que ellos ven en la página. Los
Pentecostales tejen sus inventos en el espacio entre una y
otra palabra, olvidándose de la misma Palabra de Dios para
abrazar cualquier cosa que inventa el predicador.
Nosotros, supuestamente una asamblea abierta e inclusiva,
hemos conocido los errores de los dos extremos.
Esta vagabundería de interpretaciones aparece al comentar
los pasajes que reflexionan sobre Dios en sus aspectos más
femeninos. En hebreo, el Espíritu y la Sabiduría regalada
por Dios se definen más con términos femininos que con
palabrería masculina, pero, por costumbre, seguimos
vistiendolos con detalles y gustos de varón.
Lo mismo sucede en las lecturas de hoy. Al escuchar las
palabras del texto para preparar o recibir las homilías,
nosotros, los hombres como también las mujeres, tenemos un
prejuicio masculino claro.
Nos volvemos incómodos oyendo las palabras de Isaías,
cuando nos dice que debemos "saborear y gustar los pechos famosos
(66,5-7)” de Jerusalén, el trono de la Sabiduría. No
queremos aceptar ser
“llevados en brazos y acariciados sobre las
rodillas”
de la Sabiduría, pero éstas son las imágenes presentadas a
nosotros por la misma Biblia.
En la segunda lectura seleccionada de su carta a los
Gálatas, Pablo elimina la circuncisión como un rito que
nos injerta a Cristo Resucitado, porque, siendo ella una
práctica totalmente exclusiva y masculina, no puede
expresar la vida de la comunidad de fe.
Sin lógica y por costumbre, al leer el Evangelio de hoy,
siempre hemos aceptado la idea que sólo varones se
encontraron entre los setenta y dos enviados por Cristo a
las aldeas israelitas. No hay por qué pensar así. Lucas
siempre insiste en el discipulado de las mujeres en el
evangelio como también en los Hechos de los Apóstoles.
Lidia encabeza la comunidad que se reúne en su casa.
Prisca, no menos que su marido Aquila y el mismo Pablo,
ejerce la vocación misionera. María, hermana de Marta, es
discípula de Jesús, "sentada a sus pies" según
la frase típica aramea que indica un discipulado. Lucas
presenta como apóstoles a todas las mujeres que comparten
la Buena Nueva de la Resurrección.
La misma gente ya estudia los textos bíblicos con más
cuidado. Los que participan en la eucaristía critican
justamente las reflexiones compartidas sobre los textos.
El homilista debe presentar con claridad, no sólo el
texto, sino también la historia de los pueblos que al
principio entendieron y promulgaron esta Palabra de Dios,
sea en la antigua alianza, la humanidad de Jesucristo o
las luchas del primer grupo apostólico. Debemos comprender
primero lo que la Palabra producía en esas comunidades y
sólo después cómo nos pone a reflexionar sobre lo que Dios
exige en nuestra época de la historia.
Así, muchas iglesias y sectas aseveran su fidelidad a la
Biblia. Sin embargo, haciendo inventario de las homilías
de los curas, las oraciones inspiradas de los
carismáticos, los estudios de los seminaristas, las
reflexiones de los teólogos, los documentos de los obispos
y las proclamaciones de los Papas, encontraremos más
opinión privada que exégesis en nuestros comentarios
bíblicos.
Nuestro estudio de la Biblia nos permite sacar
consecuencias prácticas y positivas para nuestra vida,
pero sólo después de haber escuchado debidamente el mismo
texto, su forma literaria y la historia de su producción
en un pueblo. A veces, no podemos oír nada allí por el
prejuicio, desorientación personal y agendas particulares
que dan eco en nosotros. Nuestra palabra no es ni será
jamás la Palabra de Dios solamente porque cargamos una
Biblia y la citamos según nuestros propios gustos.
La Biblia nos llama a estudiar, no sólo la Palabra, sino
también las comunidades que la han producido junto con su
eje de historias, creencias y prioridades. A la vez, esto
nos cuestiona lo que pasa en nuestra fe y si creemos más
en el Jesús del Evangelio o en el Derecho Canónigo. Un
estudio bíblico bien hecho y cuidadoso nos puede quitar
los obstáculos al entendimiento, dándonos la oportunidad
de proclamar la sociedad inclusiva y sana que el Evangelio
reclama como Reino de Dios vivido por adelantado en
nosotros.
Donaldo Headley
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