Una vez llegó un turista a visitar a un sabio maestro que
vivía en una cabaña en medio de una montaña. Al entrar en
su casa, se dio cuenta que la morada del viejo consistía
de un colchón en el piso y unos pocos libros amontonados
en desorden. El visitante, extrañado, preguntó:
«–Disculpe, ¿dónde están sus muebles?» El anciano miró con
calma al visitante y respondió: «–¿En dónde están los
suyos?» «–Pero si yo sólo estoy aquí de paso» Replicó el
turista. El maestro sonrió levemente y continúo: «–Yo
también estoy de paso en esta vida, y mal haría en cargar
mi existencia con todos los armarios de mi pasado».
Cuando Jesús envió a los setenta y dos discípulos delante
de él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir,
les dio estas instrucciones: “Ciertamente, la cosecha es
mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan
ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a
recogerla. Vayan ustedes; miren que los envío como
corderos en medio de lobos. No lleven dinero ni
provisiones ni sandalias (...); coman y beban de lo que
ellos tengan, pues el trabajador tiene derecho a su paga”.
Jesús quería que sus discípulos fueran sin tantas
seguridades para que pusieran su confianza sólo en él y no
en los medios que tendrían para realizar su misión.
Parece haber una relación inversamente proporcional entre
la cantidad de medios que tenemos para realizar nuestra
misión, y la confianza que depositamos en Dios. Cuanto más
medios, menos confianza en Dios. Cuantos menos medios, más
confianza. No es que los medios sean malos. Seguramente
son necesarios para realizar muchas cosas que consideramos
necesarias y buenas para nosotros y para los que nos
rodean. Pero no debemos olvidar el peligro que tiene andar
tan preocupados por el dinero, las provisiones y las
sandalias. La misión es del Señor. El es el Dueño de la
cosecha y por eso no sólo tenemos que pedirle que mande
trabajadores a recogerla, sino también que mande los
medios necesarios para construir el reino en nuestro
mundo.
Esto no significa que no tengamos que trabajar, y mucho
menos que no tengamos que pedir a Dios por lo que nos
pre-ocupa y ocupa. A Dios rogando y con el mazo dando,
reza el adagio popular. En este sentido, tendríamos que
vivir aquello que san Ignacio de Loyola tenía presente en
todas las tareas que se proponía, según nos cuenta el P.
Pedro de Ribadeneira, uno de sus primeros biógrafos:
"En las cosas del servicio de Nuestro Señor que
emprendía, usaba de todos los medios humanos para salir
con ellas con tanto cuidado y eficacia, como si de ellos
dependiera el buen suceso; y del tal manera confiaba en
Dios y estaba pendiente de su Divina Providencia, como si
todos los otros medios humanos que tomaba no fueran de
algún efecto". Como quien dice: “Hay que hacer las
cosas como si todo dependiera de nosotros y nada de Dios.
Pero hay que confiar en Dios como si todo dependiera de Él
y nada de nosotros”.
El mensaje central que debían llevar los setenta y dos
discípulos era la inminencia del reino: “El reino de Dios
ya está cerca de ustedes”. Lo mismo debemos anunciar hoy a
nuestros contemporáneos. Por eso, como el sabio maestro,
deberíamos ir ligeros de equipaje, sin cargar nuestras
existencias con todos los armarios de nuestro pasado.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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