Si alguien nos preguntara acerca de nuestra vocación
profética, muchos de nosotros nos sentiríamos un poco
incómodos con la idea de ser profeta. La imagen que
tenemos en nuestras mentes sobre lo que es ser un
profeta no es tan admirable. Los profetas, o son
realidad del pasado o son aquellos a los cuales nadie
quiere escuchar—o peor aún, son los que están dispuestos
a pagar con su propia cabeza.
La verdad es que aun en nuestros tiempos la vocación
profética es una realidad. Nos guste o no este llamado,
nuestra fe nos enseña que Dios es constante en su
fidelidad hacia nosotros. Y es en esta fidelidad de Dios
donde encontramos el verdadero sentido de lo que es para
nosotros este llamado a la profecía.
Como bien lo menciona la primera lectura de hoy, el
llamado a profetizar siempre encuentra su inicio en
Dios—en la invitación divina que se nos brinda. Al igual
que Amós (Amós 7:12-15), nosotros resistimos y
exclamamos con nuestras propias excusas. Y de igual
manera, Dios nos responde: “Ve y profetiza a mi pueblo
de Israel.”
Con este mandamiento en mente, solo nos queda
preguntarnos, ¿y qué vamos a decir al mundo? ¿Cuáles
serán nuestras palabras proféticas?
Sin limitar el mensaje personal que Dios pondrá en tu
corazón y boca, vale la pena recalcar que las palabras
de Dios siempre son aquellas que nos llaman a la paz,
misericordia, fidelidad y salvación: “La misericordia y
la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se
besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia
mira desde el cielo. El Señor nos dará lluvia, y nuestra
tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la
salvación seguirá sus pasos” (Salmo 84).
La confianza y firmeza de estas palabras se encuentran
de forma plena y definitiva en la palabra que Dios
dirige hacia nosotros en la persona de Jesús. En Cristo
Jesús, no solo tenemos la promesa de Dios cumplida, sino
que también encontramos todo lo que vallamos a necesitar
para cumplir nuestra vocación profética.
Cristo es la palabra profética que tiene que ser
compartida…Cristo es la verdad que el pueblo debe
escuchar de nuestras propias lenguas. En sí, no hay otro
mensaje que tengamos que compartir. Cristo Jesús es todo
y para todos. Como nos lo menciona Pablo cuando habla
del plan de Dios, “Éste es el plan que había proyectado
realizar por Cristo cuando llegase el momento
culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del
cielo y de la tierra” (Efesios 1: 3-14).
Ahora nos toca ir de casa en casa, de ciudad en ciudad
para así profetizar y proclamar todo lo bueno que Dios
ha hecho por nosotros. Siguiendo los pasos de nuestros
antepasados en la fe, juntos caminamos por todo el mundo
llevando un mismo mensaje de esperanza.
En nuestro caminar, tenemos que recordar que nuestra
responsabilidad es de compartir nuestra fe con los
demás—siempre y en todo lugar. La respuesta que otros
brinden a nuestras palabras no depende de nosotros:
“Quédense en la primera casa en que les den alojamiento,
hasta que se vallan de ese sitio. Y si en algún lugar no
los reciben ni los escuchan, no se alejen de allí sin
haber sacudido el polvo de sus pies: con esto darán
testimonio contra ellos" (Marcos 6:15).
¡Vallamos pues a profetizar! ¿Estás listo/a?