“Los han echado fuera.”
De vez en cuando, mi tío en Galway, Irlanda, hablaba de un tipo de sacerdote en particular como un “boy-o”: “Si, él era un verdadero ‘boy-o’.” Después de muchas visitas a su finca y de darle la lata sin cesar, mi tío por fin me explicó lo que quería decir, a pesar de su reticencia por decir algo irrespetuoso sobre “los curas.”
Un “boy-o” era la clase de sacerdote que si veía que uno tenía dos gansos buenos, diría, “Vaya ganso más bueno que tiene,” y esperaba que le llevara el otro a su domicilio a la mañana siguiente. Un boy-o siempre le hacía a uno sentirse incómodo, por las tareas tan onerosas que imponía. Un boy-o venía para que le sirvieran en lugar de servir. Un boy-o les hacía temer y temblar en los bancos de la iglesia si se les ocurría tener otra idea que no era la suya. Un boy-o dividía la parroquia, humillaba al pecador, y hasta le haría a uno poner en duda a Dios.
Mi tío era verdaderamente un señor amable que no se quejaba, pero un boy-o le hacía hervir la sangre. Menos mal que no tenía el genio de Jeremías. “¡Ay de los pastores que confunden y dispersan el rebaño…los han echado fuera!” Jeremías reprocha a los pastores que se cuidan a sí mismos más que al pueblo. Dios reunirá el rebaño y los retornará con nuevos pastores que les enseñarán a no temer ni temblar.
En estos años hay noticias de pastores que han abusado de nuestros jóvenes. Los titulares nos dejan tristes e indignados. Pero también se conocen otros pecados menores de los pastores. Algunos católicos se han sentido perdidos en el pasado al salir de los confesionarios. A otros se les ha ridiculizado el rezo de sus rosarios, burlado su piedad, y declarado sus creencias de la niñez como superstición. Gente laica madura e inteligente ha hablado de experiencias raras en que se les ha tratado como si fueran niños—o en el caso de las mujeres—como personas insignificantes. A otros se les ha puesto a prueba la fe por celebraciones superficiales de la eucaristía, por homilías divagadas, y por quejas sobre el dinero.
Sólo algunos casos—no muy comunes, espero—pero nos recuerdan bien que Jeremías nos habla a nosotros en nuestro tiempo. Pastorear es una tarea abrumadora y peligrosa, no solo para los líderes de la Iglesia, sino para todos los padres y toda persona que cuida a otra persona.
Para que no nos desanimemos, Jesucristo nos enseña la manera correcta de obrar. Él trata con cariño a los incapaces: “Vayan solos a un lugar desierto para que descansen un poco.” Y es compasivo hacia el pueblo. “Se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles largamente.”
John Kavanaugh, S. J.
Traducción de Kathleen Bueno, Ph.D. |