Un conocido maestro de oración de nuestros tiempos,
Anthony de Mello, se refiere a la oración de petición con
estas palabras: "La oración de petición es la única
forma de oración que Jesús enseñó a sus discípulos; de
hecho, es prácticamente la única forma de oración que se
enseña explícitamente a lo largo de toda la Biblia. Ya sé
que esto suena un tanto extraño a quienes hemos sido
formados en la idea de que la oración puede ser de muy
diferentes tipos y que la forma de oración más elevada es
la oración de adoración, mientras que la de petición, al
ser una forma «egoísta» de oración, ocuparía el último
lugar. De algún modo, todos hemos sentido que más tarde o
más temprano hemos de «superar» esta forma inferior de
oración para ascender a la contem¬plación, al amor y a la
adoración, ¿no es cierto? Sin embargo, si reflexionáramos,
veríamos que apenas hay forma alguna de oración, incluida
la de adoración y amor, que no esté contenida en la
oración de peti¬ción correctamente practicada. La petición
nos hace ver nuestra absoluta dependencia de Dios; nos
enseña a confiar en Él absolutamente" (De Mello,
Contacto con Dios).
El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en nuestras
peticiones porque el Padre sabe lo necesitamos antes de
pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin embargo, no deja de
insistir que debemos pedir, como puede comprobarse en el
texto que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. Lo
más típico de la oración de Jesús, por lo que registran
los evangelistas, parece ser la oración de petición. Jesús
no sólo pide en su oración, sino que nos enseña a pedir.
Lo que hemos llamado la Oración del Señor o el
Padrenuestro, es una cadena de siete peticiones que se van
desprendiendo del 'Padre nuestro'. La petición nos hace
tomar conciencia de nuestra radical dependencia de Dios;
nos recuerda nuestro límite y la generosa misericordia de
Dios que se nos revela en Jesús. Esto aparece aún más
claro cuando la petición más repetida de Jesús en los
textos evangélicos es "que no se haga mi voluntad
sino la tuya", o el "hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo".
Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no es si
pedimos, sino qué pedimos en nuestra oración, porque por
allí suele estar el problema. Muchas veces no pedimos que
se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos
conviene en una situación determinada, sino que pedimos lo
que nosotros creemos que más necesitamos. Cuando el Señor
dice que pidamos con insistencia, nos recuerda que lo que
tendríamos que pedir sería el Espíritu Santo: “¿Acaso
alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a
su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un
alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes que son
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo
pidan!”
Entonces, recordemos siempre lo que nos dice el Señor:
“Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a
la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y
el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le
abre”. La oración de petición nos pondrá en contacto con
nuestros límites y hará que nos relacionemos con el Señor
desde nuestra pequeñez. No dejemos de pedir, ni pensemos
que la oración de petición es de inferior calidad a otras
formas de encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir el
Espíritu Santo, para que nos ayude a entender los planes
de Dios y a ponerlos en práctica.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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