Me encanta la primera lectura. Me imagino que es bien obvio puesto que escribí el himno, “Vengan al agua,” que se basa en esta lectura.
Lo escribí hace mucho (1971), pero lo recuerdo claramente. El grupo que se conocía como los Jesuitas de St. Louis acaba de formarse y pasamos un verano en Berkeley, CA para escribir y componer música juntos. Siempre componíamos la música a solas y luego la presentábamos al grupo para recibir su crítica. Por mi parte, escribí dos himnos, y cuando llegó la hora, los toqué para los demás. Recuerdo el lugar exacto donde estaba parado.
A lo mejor, usted cree que uno de ellos fue “Vengan al agua,” pero no fue así. Ya no recuerdo cómo se titulaban esas piezas musicales. La reacción unánime de mis hermanos en Cristo fue, “uf,” “No funcionan para nada,” “¿Cómo se te ocurrió hacer semejante cosa?” Su reacción me animó a tirar estas piezas descarriadas a la papelera y a volver a intentar de nuevo.
Aprendí algo. No podía componer música atropelladamente. Tenía que tener fe en lo que componía y creer lo que escribía.
Así que busqué inspiración en las sagradas lecturas y recé. Esta anécdota sirve de escenario perfecto para reflexionar sobre la primera lectura para este domingo.
Todos los que tienen sed,
¡Vengan al agua!
Los sin dinero,
vengan, reciban pan y coman;
¡Vengan sin pagar y sin costo,
tomen vino y leche!
¿Para qué gastar su dinero en lo que no sea pan;
la paga en lo que no le satisfaga?
Hagan caso, y comerán bien,
disfrutarán de manjares suculentos.
En realidad, los músicos y los autores no saben cómo les llega la inspiración. Solo sé que comencé a escribir inmediatamente, y que algo me guiaba desde dentro. Así nació “Vengan al agua.”
Sigo creyendo en la música y tengo fe en lo que dice la letra.
Tanto la canción como la sagrada lectura expresan un remedio para las necesidades y los dolores de nuestros cuerpos y almas. El amor que recibimos durante la niñez era verdadero, a pesar de cualquier llaga o revés que experimentamos después. Nos quiere verdaderamente y totalmente nuestro Dios generoso.
Jesús nos lo enseña en el Evangelio. El mismo sufría un dolor profundo. Le acaban de avisar de la muerte de su muy querido maestro y amigo, San Juan el bautista. Quería alejarse de la gente para enfrentarse con su pena.
Pero mire lo que pasó. La muchedumbre le siguió el rumbo y averiguaron hacia dónde iba su barca. Corrieron hacia allá y le esperaron mientras se acercaba a la orilla del lago. Se le fue la oportunidad de llorar la muerte de San Juan, por lo menos en esta ocasión. Tal vez debiera haberles dicho que se fueran y que volvieran más tarde. Pero, según la lectura, “se compadeció de ellos, y curó a todos sus enfermos.” Además, les dio de comer, unas sobras que se multiplicaron hasta llegar para todos. Si lo considera bien, hizo exactamente lo que nos explican la primera lectura y el himno “Vengan al agua.”
Es justo que Dios nos alimente de esta forma. Y debemos compadecer a los demás como Jesús lo hacía. Lo que recibimos al comulgar nos transforma para que seamos el cumplimiento de la primera lectura.
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Fr. Juan
Foley, SJ