La palabra siempre nos trae nociones de un tiempo
sin fin. Sin embargo, con frecuencia, no la utilizamos
así, sino para expresar un cierto nivel de compromiso en
un momento dado. Las estadísticas sobre el matrimonio y el
divorcio dan su testimonio de un siempre que, lejos de
indicar una eternidad de años, marca sólo un instante de
entusiasmo. Añoramos tanto un
siempre permanente que nos olvidamos de la
naturaleza transitoria de todo.
La muchedumbre, buscando un milagro, deseaba comer pan, no
sólo en aquel momento, sino siempre. Sin embargo,
no saben porque lo comerán. El pan no es ni pasatiempo ni
jugete, sino el fundamento de la vida; nos da la energía
con que se logran los propósitos humanos.
Jesús compara este pan al pan que Dios dio al pueblo
israelita durante su peregrinaje liberador en el desierto.
El desierto no alimenta a los que lo transitan. Al
contrario, sus arenas los comen vivos. Sin embargo, en
pleno desierto, Dios sostenía a una gente que quería salir
de la esclavitud y hacerse un pueblo organizado y
responsable de su propia vida.
Jesús dice que Dios daba el pan del desierto bajo ciertas
condiciones. A los israelitas, se les fue permitido
recoger sólo lo que les iba a sostener durante la jornada;
al intentar a recoger más, ellos lo encontraron podrido y
vuelto un nido de gusanos. Ellos compartieron y
relacionaron el camino y el pan. El maná era sólo para los
peregrinos.
Los israelitas en el desierto murieron de todos modos; las
pruebas de lo mismo, ofrecidas por Jesús, salen, no del
polvo del pasado, sino de las actitudes del pueblo
presente, apático y colonizado, desorganizado y sin
responsabilidad, vistos como ovejas ante el esquilador.
Si queremos siempre tener este pan que Jesús da,
nos toca aceptar las condiciones que el mismo Dios impone.
Sin embargo, nos gusta seguir las normas del mundo
alrededor y no las de Dios. Según el mundo, no debemos
nunca arriesgarnos, sino aceptar el ambiente y política
preparados y manipulados por los que tienen el poder y
dinero para ser elegidos como dirigentes y tambien
marginar a los demás. Así, ellos ejercen su presumido
derecho de romper nuestras culturas, poner en duda la
historia y robar nuestros recursos. Afligidos por una
educación escolar caduca y un gobierno local que nos
considera intrusos, la sociedad nos exige una sonrisa
obediente a pesar de una basura de alimentos físicos o
espirituales repartidos que no pueden satisfacer a nadie.
No hay pan, y ningún lider quiere que caminemos, mucho
menos hacia la liberación y la responsabilidad. Lo triste
es que esto frecuentemente nos cae bien porque, sin
líderes responsables, no habrá quien nos exija nada.
El pan de la eucaristía no es el único pan en el mundo,
pero, si lo comemos bien, nos revelará el propósito de
todo pan. ¿Cuándo comprenderemos que el pan existe sólo
para el peregrinaje que absorbe nuestra energía al
transformar el mundo caminado, anteriormente de esclavos,
en un lugar de gente libre y, por ende, responsable? Ojalá
veamos que se merece el pan siempre, sólo si lo
aprovechamos para la caminata continua hacia la liberación
de todos.
Sin duda, Jesús se sonreía cuando le preguntaron si él les
diera el pan siempre. ¿Eran capaces de entender
el significado de lo que andaban pidiendo: nunca abandonar
su caminata hacia la liberación, jamás traicionar sus
luchas organizadas, nunca dar espaldas a nuevas
responsabilidades ni dar por terminados sus proyectos de
humanización?
¿Cuándo entenderemos la eucaristía como una comida
compartida por personas que pretenden crear la historia
propia? ¿Cuándo veremos que este pan y copa, comida única,
nos sostiene para que hagamos culturas nuevas de raíces
viejas? Estas son las condiciones que acompañan la
eucaristía siempre; Jesús nos invita a estar en la mesa y
a comer. Vengan todos.
Donaldo Headley
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