Hoy en día es fácil caer en la “vana ilusión”. En parte no es nuestra culpa, la sociedad valora a la persona ansiosa, inquieta e inconforme; siempre ocupada, siempre acumulando; escalando posiciones y estatus social.
Esto se nos presenta como algo deseable y positivo; un ideal de superación, que nos instruye, nos predica y nos motiva a valorar y tratar, constantemente, de obtener la ilusa meta de la autosuficiencia.
Más nuestra excesiva cautela y planificación; nuestra ilusión de control y autosuficiencia, siempre se desvanecen en algún momento.
La primera lectura nos presenta esta actitud como “vana ilusión”.
“¿Qué provecho saca el hombre de todos sus trabajos y afanes bajo el sol? De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa.”
En nuestra vida, si no nos comprometemos a una comunidad que se apoye mutuamente; que ame y se deje amar, estamos destinados a la ansiedad y la desesperanza. Frases como “el que guarda siempre tiene”, “el que nada pide, nada debe” o “si no lo hago yo, nadie lo hará”, tienen una implicación de aislamiento; deduce no creer en el amor mutuo.
Y esto nos puede llevar a sentirnos solos, abrumados, con una carga enorme sobre nuestros hombros, sin creer que haya nadie que nos ayude o nos rescate cuando nos enfrentamos a cualquier dificultad.
Dios desea, por el otro lado, que nunca nos sintamos solos y que aceptemos el llamado a formar vidas en comunidad, como vocación e instrumento para acercarnos a Dios y conocer a Dios. La comunidad puede ser también, nuestro instrumento de paz.
El evangelio nos presenta “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha.”
Todos nosotros tenemos esa gran cosecha: lo que tenemos, lo que somos como persona, lo que conocemos y nuestras capacidades. ¿Qué hacemos cuando reconocemos nuestra riqueza? ¿Lo ponemos al servicio de otros o lo acumulamos?
El “hombre rico”, no pensó en nadie, sinó en sí mismo:
“Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida”.
Podemos pensar que este hombre era avaro y egoísta, pero la historia de este hombre no comienza allí. Nos preguntamos, entonces, qué le motivó a tomar una decisión así; tratamos de imaginar el corazón de este hombre.
Puede que este hombre se sentía solo. Puede ser, que no había sentido una comunidad de amor. Para pensar en la autosuficiencia, que su bienestar solo dependía de él; de lo que acumulara. Probablemente pensaba que, si en el futuro, sugiera un momento de necesidad en su vida, no tendría a nadie que le ayude.
Si el hombre, en vez de almacenarla, hubiera repartido toda la cosecha que sobró. Quizás hubiera fortalecido a la comunidad y luego recibir la grata sorpresa de saber que esta misma comunidad lo apoyaría en sus días de necesidad.
Es hermoso abrirse a recibir y descubrir la generosidad de otros y también es hermoso descubrir cuánto tenemos para dar y la diferencia que hacemos en la vida de otros. Si podemos tener una relación así con otros, también podemos tener una relación así con Dios.
Confiar en Dios y mostrar nuestra confianza en Dios mostrando un corazón generoso ante otros.
Y es que tarde o temprano, la ilusión de no necesitar nada, se desvanece. Nos damos cuenta de nuestra vulnerabilidad; nuestra mortalidad, como algo de lo que no tenemos control alguno.
El Salmo nos dice:
“Nuestra vida es tan breve como un sueño;
semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana, y por la tarde se marchita y se seca.”
Por eso Pablo nos recuerda:
“Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.”
Confiar en Dios en nuestra vida, significa contar con Dios y confiar en sus tiempos y métodos. No es nuestra velocidad, sinó la suya; no son nuestros métodos, sinó los suyos. Aun creyendo en Dios y comprometidos a servirle, podemos a menudo llegar a pensar que depende de nosotros. Y como consecuencia, nos aislamos y aislamos a otros…terminamos sacando a Dios de la ecuación.
Necesitamos a otros y necesitamos a Dios, el resto es “vana ilusión”.
Por otro lado, si confiamos en Dios, un poco más cada día, podremos sorprendernos de lo que Dios desea y puede hacer con nuestras vidas. Le pedimos, entonces, a Dios un corazón disponible, humilde, y abierto.
Dios me los Bendiga a Todos y Seamos Santos.