Todos hemos tenido uno de esos momentos en donde decimos “Basta ya Señor”. Y sentimos que no tenemos fuerza para seguir, que lo que enfrentamos es más fuerte que nosotros y que no hay manera de sobrellevarlo.
Cuando nos quedamos sin empleo, cuando nos enfermamos o tenemos un accidente o fracasamos en un proyecto.
En ese momento; en ese desierto de la vida, Dios nos dice a cada uno de nosotros: “Levántate y come, porque aun te queda un largo camino.” Cansados y sin fuerzas, desilusionados y heridos por la vida, Dios nos pide que nos levantemos y nos alimentemos.
Eso se parece a las palabras que nos decían cuando nuestras madres nos encontraban enfermos por una esquina. “Ven corazón, date un bañito caliente, comete esta sopita de pollo y acuéstate a dormir; tienes que descansar.” Se que Elías no podía darse el bañito, porque estaba en medio del desierto, más comer y descansar son la clave para sanarnos.
Si esto funciona físicamente, también funciona espiritualmente. Todos, necesitamos, tenemos que descansar en el Espíritu y comer la comida espiritual. Cuando nos lleguen los problemas, y nos llegarán, descansar y comer de la vida espiritual es acércanos a la fuente de vida, Jesús y pausar descansar en Él, permitirle que nos alimente. Luego Jesús mismo, nos ira levantando, sanando y dándonos las fuerzas para seguir adelante en nuestro camino. Cuando nos acercamos a la Eucaristía, hacemos esto. Es un acto de humildad enorme que reconoce que necesitamos ser sanados, alimentados y animados por Jesús. Cada vez que nos acercamos, comulgamos, confirmamos que hemos escuchado la voz del Padre diciéndonos, “Levántate y come” que hemos aprendido a depender de Él y como resultado buscamos acercarnos a la fuente de toda vida: Jesús. Quien nos dice: “Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí.”
Él nos ayudará a sacar de nuestro corazón lo que realmente nos agota. Nos agota y nos cansan los miedos; las asperezas o los roces; los corajes y las peleas; la indignación o sentirnos siempre ofendidos; los insultos, la falta de delicadeza y consideración con el otro; los chismes y malas lenguas, y toda clase de maldad. Todo esto nace del miedo y de la duda del amor del otro. Dios trabaja con ese miedo y con esa duda y nos llena de amor. Amor para ser buenos sin miedos; amor para comprender al otro, sin antes dudar de él y amor para no dudar el valor de perdonar al otro. Pablo nos recuerda que, si Dios nos pide esto, es porque Dios lo hizo primero. Por eso nos dice: “como Dios los perdonó, por medio de Cristo.
Y así, nos iremos levantando, descansados y alimentados con lo que Dios nos ha dado. Confiados que, sostenidos por Dios, podemos continuar nuestro camino.
Y si nos sentimos cansados y con la tentación de decir: “Basta ya”, preguntemos: ¿Cuándo fue la última vez que conscientemente decidimos descansar nuestras vidas en el Señor y dejamos que Él nos alimente? Si ha pasado mucho tiempo, pausemos y dejemos que nos hable, que nos invite y nos diga: “Levántate y come”.
Dios me los Bendiga a todos y Seamos Santos.