¡Comenzamos el Adviento!
Nuestro retiro espiritual de espera; de anhelo por el Salvador.
Este camino comienza y expresamos a través del profeta Isaías, nuestra frustración con nuestra propia naturaleza humana. “¿Por qué, Señor, ¿nos has permitido alejarnos de tus mandamientos…?”
¡Que fácil para nosotros es meternos en problemas! Desde un principio, constantemente tentados e intentando vivir, existir, sin necesitar a Dios. “¿...y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no [amarte] temerte?” Una criatura que se confunde e intenta ser un dios. Nos frustra nuestra inherente rebeldía, que termina alejándonos de Dios, una y otra vez. “Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes.”
Estamos en una constante lucha con nosotros mismos, donde tenemos que realizar, repetidamente, que necesitamos a Dios, que no hay vida sin Él.
La historia de la salvación en la Biblia nos muestra este patrón.
Dios siempre inicia la relación con un acto de creación; con un regalo: como el regalo de la vida. Dios nos declara su amor, con una acción de amor; con una promesa. Y a cambio nos pide nuestra fidelidad. Nosotros vivimos felices y contentos; fieles a Dios … por un tiempo. Pero luego nos rebelamos, nos metemos en problemas. Allí es cuando nos damos cuenta de lo que hemos hecho y de cuanto nos hemos alejado de Dios. Nos asustamos, tornamos nuestras miradas a Dios y le rogamos que nos rescate.
Dios viene, nos rescata, nos devuelve la vida, nos declara su amor y nos vuelve a pedir nuestra fidelidad. Y más tarde volvemos a rebelarnos y volvemos a meternos en problemas.
¡Estamos rotos!, pero somos de barro y Dios nuestro alfarero. Él puede repararnos: “Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos.”
¡Reconocer lo que hacemos cíclicamente es frustrante! Dios constantemente nos ama, lo rechazamos y cuando lo necesitamos, vuelve y nos rescata, una y otra vez. Nunca nos abandona.
Ante esto el profeta Isaías dice:
“Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia.
Descendiste y los montes se estremecieron con tu presencia.
Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti,
hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él.”
¡Señor, sálvanos de nosotros mismos! Necesitamos intervención divina para romper con nuestro ciclo de pecado; de autodestrucción.
¡Necesitamos a Cristo!
“Vuélvete, por amor a tus siervos”, “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras”.
En el tiempo de adviento, meditamos tener un Dios sin igual. Quien rasgó el cielo por amor. Un Dios que ama a sus criaturas. Rasgó la barrera entre Dios y el ser humano, para salvarnos.
La respuesta a nuestro clamor de salvación, es Jesús. Con él, rompemos el ciclo, rasgamos el cielo. Nos preparamos para entrar en el misterio de la salvación con su nacimiento y a la misma vez las lecturas quieren recordarnos que esta historia de salvación no ha acabado. Que aún esperamos otra:
“manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.
Jesús nos pide a todos que permanezcamos alertas; que velemos y estemos preparados. ¡Ahora, no estamos en la misma situación que antes; ahora, ¡tenemos ayuda, tenemos a Cristo!
En la primera carta a los Corintios, Pablo nos recuerda que, si nos resguardamos en Cristo Jesús, estaremos preparados:
“Él los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento.”
¡Dios es maravilloso!
“Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera
de ti,
hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él.
Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos”.
En este tiempo de adviento estamos invitados a rasgar la barrera que aleja al ser humano de Dios. Nos preparamos para celebrar la llegada de quien ¡Rasgó el cielo y bajó!
Reconocemos que nos confundimos y fallamos. Que vivimos en un mundo que no sabe cómo ser hijos de Dios. Y si aún reconocemos esto, sabemos que no podemos solos, y no estamos solos. ¡Cristo rompió el cielo y bajó por amor a nosotros! ¡Dios no está aislado en los cielos!
¡No dejemos a Dios en los cielos! Las lecturas nos exhortan a que bajemos a Dios a nuestra realidad humana. ¡Bajémoslo! a nuestras familias, a nuestros trabajos, a nuestras comunidades, a nuestros corazones.
Que Dios, nos ama y no nos abandona. ¡Estremezcamos al mundo con su presencia!
Dios les Bendiga a todos y Seamos Santos.