Abunda la soberbia, las acusaciones, los juicios, las víctimas, los eternos inocentes y las excusas. Hoy faltan más responsables y arrepentidos de corazón.
Un día escuché creativamente a un niño defenderse: la mamá se dio cuenta de que el niño se había comido todo el postre sin dejarle nada a sus hermanitos:
-Nico ¿porqué te comiste todo el postre y no le dejaste nada a tus
hermanos?
-Mami ¿porqué dejaste el postre afuera?
-Nico, el postre era para todos.
-Mami, entonces ¿porqué no lo partiste?
-Nico, ese pedazo era muy grande, tienes que aprender a compartir.
-Mami, si era para compartir ¿porqué no lo partiste?
-Nico, me debiste haber preguntado.
-Mami, es tu culpa, por haber dejado el postre afuera.
Tenemos un instinto por reclamar inocencia. En el proceso buscamos hábiles excusas para no tomar responsabilidad de nuestra culpa, de nuestro pecado. En las lecturas de este fin de semana hablamos de tentación y pecado. Pero también debemos de prestar atención a nuestra responsabilidad.
Las tentaciones principales, hoy en día, están guiadas or tres deseos principales del ser humano:
1. Estar completamente saciados y no necesitar nada.
2. Vivir para siempre; no morir.
3. Ser respetados y amados.
Esto es lo que tenían Adan y Eva en el relato del jardín del Edén. No
les hacía falta nada, no morirían y eran amados por Dios.
Había un solo requisito: confiar y depender de Dios. Su pecado fue
acto de rebeldía por la independencia. Entonces, su pecado y su
tentación fue, no querer depender y confiar en Dios.
La clave para que toda tentación, que se basa en estos tres deseos, no se convierta en pecado es: volver a confiar y depender de Dios en cada momento.
Jesús nos muestra un ejemplo de esto cuando fue tentado en el desierto y sus tentaciones también fueros basadas en nuestros tres principales deseos como seres humanos.
Jesús fue tentado a ser saciado y a no necesitar nada.
Jesús tenía mucha hambre y el tentador le dijo:
“Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se
conviertan en panes.” Jesús le respondió: “Está escrito:
No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que
sale de la boca de Dios.”
Cuando nosotros somos tentados a no depender y confiar en Dios para que nos sacie y no nos falte nada, nosotros respondemos tratando de buscar atajos para lograr esto. Dejamos de confiar y depender de Dios; pecamos. Creyendo que con nuestros propios esfuerzos podemos dejar de necesitar y nos engañamos pensando que hay algo que podemos alcanzar que nos va a permitir dejar de necesitar. Inspira pecados como, robo, avaricia, trampa, excesos, entre otros.
Jesús fue tentado a no tener que morir.
El tentador lo llevo a un lugar muy alto y le dijo:
“Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está
escrito:
Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus
manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.”
Jesús le contestó: “También está escrito:
No tentarás al Señor, tu Dios.”
Cuando nosotros dejamos de confiar y depender de Dios para que nos de vida eterna, comenzamos a servir y retar a la muerte. Tratamos de mantener nuestra vida por todos los medios. Pastillas, ejercicios, dietas, cirugías plásticas, entre otros. Empezamos a hacerle culto a la juventud, a la vanidad y a la industria de la belleza como índice de vida.
Jesús fue tentado a tener el poder, ser respetado y amado.
El tentador le mostró los reinos del mundo y le dijo:
“Te daré todo esto, si te postras y me adoras.” Pero
Jesús le replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito:
Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás.”
Cuando dejamos de confiar y depender del amor y la dignidad que Dios nos ofrece como “hijos de Dios” tratamos de buscar atajos, tratando de obtener el poder y la fama. De ahí salen los dictadores los explotadores. Las historias tristes de tantos artistas famosos que sacrificaron, su dignidad, privacidad y libertad para lograr ser famosos. Y al final, ser famosos es un deseo desesperado de ser amados.
En otras palabras Dios nos sacia, nos da vida y nos ama. Y son esas precisamente sus promesas de salvación.
Ahora, tenemos que lidiar con el pecado que no somos capaces de
reconocer y de tomar responsabilidad por el.
En Romanos Pablo nos dice: “Hermanos: Así como por un solo
hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y
así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.”
Este principio simple, pero difícil de comprender, que si una persona
peca, todos pecamos. Que somos interdependientes para la meta de la
salvación.
Que cuando alguien peca, nosotros somos en parte responsables. Y que
tenemos que hacernos responsables de nuestra parte en el
problema.
Que cuando por ejemplo un niño roba porque tiene hambre, refleja el
pecado de otros que no se dieron cuenta del hambre de este niño, o que
la ignoraron.
Y ¿quien de nosotros en algún momento no ha ignorado las necesidades o
deficiencias de nuestro prójimo?
Porque cada acto de pecado en el mundo nos afecta a todos y trabaja en contra de nuestra salvación. Pero así mismo cada acto de bondad en el mundo a todos nos santifica y nos da otra oportunidad de salvación.
Dios me los Bendiga a todos y Seamos Santos.