Considerando cómo el presidente y otros políticos de semejante convicción hablan con tanta facilidad sobre los valores de la familia, posiblemente debemos revisar uno de los retos que Jesús nos plantea en el evangelio de hoy: dejar la familia a un lado para anunciar el Reino de Dios. ¿Qué puede significar este reto cristiano cuando, en situaciones difíciles, nos adherimos hasta a la sombra de lo que parece ser familia? Nos hemos criado escuchando el refrán: “Quien de los suyos se separa, Dios lo desampará.” Al contrario, Jesús piensa que hace falta más que una sangre común para ser familia verdadera. El nos dice que toda familia existe, no por sangre, sino por fe. Un amigo me ha dicho lo mismo con otras palabras más duras: “Muchas familias se han ahogado en su propia sangre”.
La mayoría de los niños crecen convencidos de la importancia del vínculo de la familia y la sangre. Se maduran inhibidos por presiones familiares en un ambiente general de alienación. Sufren de un pánico provocado por adultos que no pueden suplir estructuras de apoyo, porque ellos mismos apenas sobreviven en el laberinto de la ciudad. Viendo la falta de trabajos buenos para sus padres, los jóvenes comienzan a exagerar la importancia del dinero. A pesar de ser colegiales, ellos frecuentemente deben ayudar económicamente a la familia. Esto entristece porque, cuando yo estudiaba por obra y gracia de becas y muy largas horas de lectura y tarea, mi mamá, la hija de inmigrantes polacas y mi papá, el hijo de campesinos, me decían sólo esto: “Tú tienes una deuda, no con nosotros, sino con la gente. Tienes una deuda con la sociedad que te instruye."
Por tragedia o dicha, nuestro mundo no es de la propaganda de MacDonald’s. Los padres de nuestras familias no siempre consiguen lo que anhelan. Este mundo es tampoco el "Reino Mágico" de Disney; no hay suficientes pañuelos para resucitar a las supuestas Tinkerbells difuntas del mundo. No, este mundo nuestro es un lugar de alienación y aislamiento en donde los hijos luchan para encontrar en los papás a las personas que comprenden sus sentimientos y les regalan diálogo, abrazándolos, recogiendo sus dolores y curando sus heridas.
Los adultos sufren de los mismos males que los jóvenes, pero no lo quieren admitir. El aislamiento es el nombre de la vejez, y la familia no siempre da solución. En muchos casos, sus miembros se ven sólo en los velorios.
Mi madre nunca se queja por haber sido criada en el barrio de los empacadores o en un apartamiento de dos cuartos con sus diez hermanos y sin agua caliente. Pero llora todavía con sus recuerdos de una hermana, Theresa, la que murió a los siete años por causa de la difteria. Ellas siempre dormían juntas y mi mamá sigue sintiendo su respiración cerca en la misma almohada.
Jesús parece decir que las familias sufren de los mismos problemas hallados a otros niveles de la vida, siempre afligidas por nuestra falta de conciencia y decisión.
Los padres no escogen a los hijos ni los hijos a los padres. Un hermano jamás ha tenido el lujo genético de escoger a sus hermanos. Las gentes que se juntan llamándose familia son regalos, deseados o no, las unas a las otras. Sólo con el tiempo tendrán la oportunidad de escogerse, pero ahora como amigos.
Los padres no duran como padres. En algún momento crítico de la vida, al liberarse los hijos, los padres y los hijos se escogen como amigos amados o no.
En Panamá, Puerto Rico, México y Chicago, he compartido el privilegio de los bautismos, bodas, entierros y resurrecciones de tantos amigos con mis padres. Ellos tenían la inteligencia de reconocer familia, no en los lazos de la sangre, sino en las relaciones escogidas. Mi padre murió hace muchos años, pero mi mamá sigue luchando con los achaques de la vejez. Ahora, ya sin el poder de viajar, ella oye con aprecio y ganas las noticias de las gentes que le ha significado tanto para sus risas y lágrimas de memoria.
Una famila no se construye sobre una base de sangre, sino sobre los cimientos de la fe. Jesús nos dice que somos los hijos de Abraham, no por sangre, sino por fe. Sería ideal si todos los padres fueran a dar a los hijos la oportunidad de escoger y amarlos como amigos. La relación escogida, solidaria y espiritual vale mucho más que la que se origina sólo en la sangre y la genética.