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La Palabra que nos compromete
Vigésimocuarto domingo
del Tiempo Ordinario C
15 de septiembre, 2019
John Kavanaugh, SJ


Amor generoso
“Recibe a los pecadores.”

El primer retiro que dirigí fue una experiencia horrorosa. Un jesuita mayor me invitó a servir en un equipo que iba a dirigir un retiro para treinta monjes en un monasterio muy apartado. Primero, pedí disculpas, diciéndole que nunca había dirigido un retiro antes. Me respondió, “Con tal excusa, no tendrá que hacerlo nunca.” Entonces, le dije que dar un retiro para santos monjes sería como enseñarle a cantar a Pavarotti. No vio el humor en eso, aunque mostró algo de orgullo disfrazado de humildad. Finalmente, le dije que era demasiado joven. Me dijo que eso era una tontería.

Resultó que tenía razón, por lo menos en cuanto a la tercera excusa. Uno de los monjes, tan mayor que estoy seguro que ahora está ya en el cielo, me comunicó el quinto día del retiro que nunca iba a poder abrir su alma a uno tan joven y tan jipi como yo. Además, desde el primer día estaba desilusionado porque no le habían dado un director espiritual más mayor.

Cada uno de nosotros debemos dar gracias por el amor inmerecido y dejar que Dios lleve las cuentas.

Lo que me distrajo de las heridas del ego, fueron las maravillas de las vidas espirituales de estos hombres (incluso la del monje reacio que hacía los ejercicios conmigo). Y, después de casi veinticinco años, recuerdo muy bien al monje que pasó un día entero peleando con la parábola del hijo pródigo.

  “He rezado una y otra vez sobre la parábola y descubrí quién es el culpable en esta historia.”

Tuve muchas ganas de oír lo que iba a decirme.

  “¡Fue el padre! Él tiene la culpa. ¿Por qué no le dijo nunca al hijo bueno que estaba contento con el trabajo que hacía? ¿Por qué no preparó un banquete espléndido en su honor? ¿Por qué prestó tanta atención al hijo inútil que malgastó media fortuna y que ahora recibiría otra mitad de lo que debía ser de su hermano?”

Lo que dijo tenía cierta razón.

Durante otro retiro, un señor casado con hijos me dijo una vez, “Si llevas la vida familiar así como lo hizo el padre del hijo pródigo, se aprovecharán de ti de mala manera.”

También tenía algo de razón.

Ciertamente tendré que curarme de algunos malos recuerdos al llegar al cielo si descubro que se le ha perdonado a algún despilfarrador u opresor y que hasta incluso le han dado un lugar más privilegiado que el mío. Me pone enfermo pensar si Hitler estaría allí. Y vaya sorpresa si Nietzshe, el ateo inveterado, se presenta en el banquete como una oveja perdida y recuperada. Y ¿qué haré yo si el marqués de Sade, una verdadera moneda falsa, es recibido allí como si fuera una moneda preciada y recobrada?

Todo esto es muy desconcertante. Así habrá sido también para los sacerdotes y escritores, los fariseos y escribas, quienes murmuraron cuando los recaudadores de impuestos y pecadores—justamente—se acercaban a escucharle a Jesús. “Este hombre recibe a pecadores y come con ellos.” Ejem. Después nos entretiene con historias de un penitente perdido, más festejado que noventa y nueve de nosotros los fieles, y una moneda recobrada que da más alegría a los ángeles que nueve monedas que nunca se habían perdido. Y como última afrenta, Jesús termina su sermón con la historia del niño mimado.

Si uno de mis hermanos regresara después de una temporada salvaje y rebelde, yo me habría enfurruñado y no habría asistido tampoco a la fiesta. Yo daría a entender bien claramente que no me gustaba ni la música ni el baile. Y me pregunto: ¿Rehusaría también compartir la alegría, aún si mi padre me lo rogara? ¿Le escucharía? “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.”

¿Tendría que recordarme de mi propia ceguera? ¿De las maneras que desperdicio mi vida? ¿De mis pocas ganas de celebrar lo bueno? ¿De mis propios pecados?

No hace falta ser como San Pablo, antes blasfemo, acosador, un hombre muy arrogante, para darle gracias a Dios por su misericordia en esta vida y en la del más allá. No es necesario ser tan descuidado ni perverso como el grupo terco de Moisés adorando un becerro de oro, para agradecer la misericordia de Dios. Elevados por la gracia o hundidos en el pecado, todos sabemos cómo es el favor que Jesús otorga en rebosante medida. “Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores.”

Cada uno de nosotros, de maneras pequeñas y grandes, debemos dar gracias por el amor inmerecido y dejar que Dios lleve las cuentas.

Como decía mi padre, existe algo bueno en el peor de nosotros y algo malo en el mejor de nosotros. Él también tenía cierta razón.

Tal vez sea por eso que las buenas noticias siempre comienzan con arrepentimiento. Quizás sea por eso que nuestro himno de Gloria a Dios viene tan acertadamente después de confesar nuestros pecados.

Dando gloria por la misericordia cariñosa de Dios llamamos al tercer hijo o hija dentro de nosotros. Éste o ésta será quien, después de una vida de fidelidad luminosa, sacrificio generoso, y valor ante grandes adversidades, llega al banquete celestial y ve una gran variedad de otros hijos allí. Algunos han tenido una vida bastante más fácil en la tierra. Otros se sorpenden ellos mismos al encontrarse allí. Unos cuantos (¿muchos? ¿todos?) de verdad no merecen estar allí. A cada uno, Dios dice, “Bienvenido, precioso y amado. Bienvenida, preciosa y amada; todo lo que tengo es tuyo.”

Al preguntarle si las recompensas son justas o si hubiera vivido la vida de manera diferente, este tercer hijo dice, “No. Lo haría todo de nuevo por tal Dios, quien tiene tanto amor con tanta generosidad y gracia.”


John Kavanaugh, SJ
Traducción de Kathleen Bueno, Ph.D.

El Padre Kavanaugh fue profesor de Filosofía en la Universidad de San Luis, Missouri. Su prematura muerte ha sido muy dolorosa para todos aquellos que le tratamos en su vida.



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org