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La Palabra que nos compromete
Vigésimoquinto domingo
del Tiempo Ordinario C
18 de septiembre, 2022
John Kavanaugh, SJ

Problemas con el dinero
“Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y al dinero.”

Las posesiones. Las inversiones. La seguridad financiera. Para mí, es bien duro enfrentarme con todo el tema del dinero en los evangelios. A algunos de mis amigos les parece ridículo como da la impresión que no tengo que pensar mucho en el dinero porque vivo bajo el voto de pobreza. De hecho, nosotros los jesuitas tomamos un voto extra de pobreza que promete, a todos los efectos, que nunca cambiemos el voto de pobreza excepto en casos para hacerlo más estricto.

Aun así, a nosotros los jesuitas nuestro uso del dinero siempre nos ha atormentado tanto en nuestras congregaciones generales o provinciales, como en nuestras reglas, tradiciones o discusiones dentro de la comunidad. En casi todo, vivimos una vida modesta, hasta sencilla. Pero según el estándar de vida en la mayoría de los lugares del mundo, vivimos con una seguridad y abundancia poco común. Aún comparado con el párroco de una parroquia ordinaria o con una familia de la clase media, castigados por las facturas, los impuestos y la deuda, yo vivo una vida cómoda.

Según dicen, al entrar en uno de los centros recreativos de una de nuestras comunidades con el refrigerador lleno, los muebles elegantes y la sala acogedora con televisor, un joven que acababa de graduarse de una universidad jesuita bromeó, “Si ésta es la pobreza, explíquenme cómo es la castidad.”

El dinero es para las personas y el único uso apropiado es compartirlo.

Algunos miembros de la Sociedad de Jesús, sean jóvenes o mayores, desconocidos o famosos, cumplen con la promesa de vivir una vida frugal mejor que el resto de nosotros. Se encuentran en las administraciones universitarias y también en las colinas de Honduras. Pero hasta ellos también disfrutan de una seguridad en cuanto a la educación, los cuidados de la salud y de la vivienda con que la mayoría de la gente del mundo sólo pueden soñar.

Y por esto, a los jesuitas, al igual que a muchos cristianos que desean seguir a Cristo y sin embargo se encuentran con una abundancia de bienes materiales, nos preocupan las enseñanzas del Evangelio sobre el dinero. A veces llega a ser tan desconcertante que nos dan ganas de dejar de buscar una solución. Así me ha pasado a mí. Parece ser tan difícil, hasta imposible, incorporar la seguridad material con ser discípulo completo que a menudo nos entra la tentación de darnos por vencidos. Tal vez todo este dilema se desvanecerá por sí solo.

Jesús, en el Evangelio según San Lucas, nos dice que no debemos darnos por vencidos. Ésta es la recomendación (no el consejo para engañar y manipular) dentro de la historia del administrador injusto. El administrador se arma con toda clase de previsión y de astucia al planear su estado financiero. Y él se ocupa de meras cosas mundanas. Nosotros, sin embargo, procuramos entender algo que llega al verdadero sentido de quiénes somos y a lo que nos aferramos.

El mismo San Lucas nos ofrece dos reglas generales para llegar a entender nuestra relación con el dinero. Todo el capítulo 16, con las cuatro partes relacionadas, da ejemplo de la primera regla: El dinero es para las personas y el único uso apropiado es compartirlo. Además, los que nos hacen demanda especial para compartirlo son los pobres. Ésta es una conclusión inevitable de la enseñanza de San Lucas. Es una enseñanza de linaje antiguo, la misma doctrina que le animó a Amós a acusar a los que “pisotean a los necesitados y exterminan a los pobres de la tierra.” Y así como Amós dijo que Dios nunca olvidará la explotación de los trabajadores por la plata, el vestir y la bebida, también San Lucas nos advirtió que vivir como el hombre rico de la historia de Lázaro nos conduce a un destino terrible.

La segunda regla general de San Lucas queda en la moraleja breve de la historia del administrador: “Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y al dinero.” Cuanto más dejamos que nos gobierne el dinero, más probable va a ser que odiemos a los que nos recuerdan del otro reino. Es posible que nos resintamos con los mismos Evangelios que suponen un reto para nuestro apego al dinero.

Nuestras actitudes hacia los pobres y sobre la seguridad son los mejores indicios de nuestro discipulado. En cuanto a mí, ninguna de las reglas me ha dado nada de consuelo. Aún este verano me sorprendieron mis sentimientos de desdén por los mendigos. Mientras esperaba en una esquina en Oxford para que llegaran mi hermano y su esposa, me comporté de manera distante y brusca cuando vi a alguien que parecía ser perezoso, sucio o irresponsable, o que parecía estar drogado al extender la mano.

Cuando Tom y Maureen llegaron y dieron unas monedas discretamente a la mismita persona que me exasperó a mí, alcancé a ver algo brevemente de la verdad que había reprimido. No llegaron a solucionar la pobreza del mundo; tampoco solucionaron el problema inmediato de la persona en la acera. Simplemente contactaron con otro ser humano, ciertamente deshecho y menos afortunado, y compartieron algo de lo que tenían.

Sin darse cuenta, mi hermano y su esposa me recordaron de algo mucho más importante que la verguënza temporal que sentí por mi pequeñez. Fue otra vez la llamada del Evangelio, animándome a no abandonar a los pobres ni dejar de intentar darles algo, por muy pequeño o pasajero que fuera.


John Kavanaugh, SJ

El Padre Kavanaugh fue profesor de Filosofía en la Universidad de San Luis, Missouri. Su prematura muerte ha sido muy dolorosa para todos aquellos que le tratamos en su vida.



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org