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Homilía
Vigésimosexto domingo
del Tiempo Ordinario C
29 de septiembre, 2019
Donaldo Headley

Cuando muero, ¿me lo dirán?

La parábola de Jesús sobre el rico y el pobre nos reta con las condiciones de nuestra muerte. En su presentación, la muerte es juez. Nadie pasa ante Dios ni jurado. Se mueren los dos, el rico ya vuelto un miserable y el pobre un consolado.

Lucas se expresa con pocas palabras. Analizando, vemos que el pobre está con Abraham, no porque es bueno, sino porque ha sido pobre. El rico se entierra en Sheol, no por malo, sino porque, siendo rico, en su vida no podía ver más allá de su riqueza. Abraham les dice que han muerto y que la muerte ha cambiado todo.

Como en todas las parábolas de Jesús, en la historia del tesoro en el campo o en el cuento de la mujer con setenta libras de pan, Jesús enseña una sola cosa. En este caso, para el rico el pobre es invisible, un cero a la izquierda.

Hoy en día, los blancos no ven a los negros ni los hombres a las mujeres. Las culturas dominantes no ven al oprimido. Ningún grupo de seres humanos quiere vivir al mismo nivel que los demás.

El humo que los políticos levantan para que no se vea el problema del hambre, la falta de empleo y casa, o el fracaso de la educación oscura nuestra vista de la solidaridad humana como prioridad evangélica. Jesús nos dice que Moisés y los profetas ya nos han enseñado lo único importante y no les hemos escuchado. El odio nutrido entre demagogos religiosos no nos ayuda a vivir juntos. Hay gente, como en los días de las cruzadas, que ven a otros sólo como un estorbo que se debe eliminar.

¿Por qué nos impresiona más la igualdad ganada por morir juntos que la que logramos por vivir juntos? Los muselmanes de Bosnia o las tribus negras de Somalia y el Sudán no muestran gran entusiasmo porque la muerte pronto anivelará a todos. Los cristianos presumidos y políticos que aparecen sólo antes de las elecciones dan asco; siempre hablan del bautismo como lo que los aisla del resto de la humanidad. Se les olvida que Jesús murió y resucitó para unir a todos en una comunidad más allá de la familia y la raza. Es difícil comprender como ellos hubieran aceptado al mismo Jesús, a un judío de piel oscura que hablaba del Espíritu de Dios en cada uno. Para él, la vida, no la muerte, trae la solidaridad.

Sin embargo, los cristianos no son los únicos que anhelan separarse de los demás. Siendo de diferentes lenguas, dietas y lugares de origen, buscamos vivir a distintos niveles sin ver nunca lo bello y creador de las vidas de los demás. Me acuerdo de haberle preguntado a mi mamá por qué una señora morena que llegaba dos veces a la semana para ayudarle a limpiar la casa no vivía más cerca. Mi mamá dijo que mucha gente quería vivir sólo con los que le caían bien. Desde ese entonces, las respuestas de mi mamá han mejorado, pero no la situación de los barrios segregados de Chicago.

Ya ha llegado la hora del cambio. No es cierto que la muerte nos anivela mejor que la vida. Pensar así es despreciar y perder el sentido humano. La gracia de Dios no es una cosa sumada a nuestra persona como si fuera adorno, sino la vida misma, aceptada, agradecida y compartida, permitiéndonos apreciar al compañero.

Que miserable la gente rica y pobre, la gente blanca y negra, verdaderamente una gente ciega. Somos tontos al perder el paisaje variado y único de la vida por cerrar las ventanas y trancar los portones de nuestro ser. No sólo hemos perdido el significado de la parábola de Jesús, sino él de todas las historias del mestizaje, música y poesía que es la humanidad. Hemos perdido la alegría de nuestra vista porque preguntamos más sobre las diferencias entre nosotros que sobre el Espíritu creador que nos une. Sigo errando al intentar apreciar el sentido de mi vida sin contar con mi imagen presente en los ojos del prójimo en donde ése me quiere recibir y permitirme crecer.

¿Cuándo permitiremos que la vida, no la muerte, proclame el valor de todos? Probablemente no me conoceré de verdad y no sabré de mi actual pobreza y riqueza hasta el momento de la muerte. ¿Cómo será eso? Me imagino que alguien a quien he podido evitar toda la vida me llegará a decir: “Hola, compañero, Ya estás muerto. Vamos para adelante.” Pero, en ese momento, ¿qué habrá de adelante…?


Donaldo Headley

Donaldo Headley se ordenó al sacerdocio en 1958. Se graduó con MA en filosofía y STL en teología de la Facultad Pontificia del Seminario de Santa María del Lago en Mundelein, Illinois.


Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org