¿Cuál es “el gran abismo” entre Lázaro al lado de Abraham y el rico (Dives) en su lecho de llamas? ¿Qué sucesos provocaron el abismo?
La historia que Jesús les contó a los fariseos es bien conocida. Un hombre rico, llamado tradicionalmente Dives (de la palabra latina que significaba “rico”), después de haber vivido una vida terrenal opulenta, se ganó un destino de tormento. El mendigo Lázaro, después de desear comer las sobras de los ricos, cuyas llagas fueron lamidas por los perros, encontró consuelo. Cuando Dives pidió que se les dieran más avisos a sus hermanos, Abraham simplemente le dijo: “Si no les hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos.”
El abismo es algo que han hecho ellos mismos. Los Dives de este mundo se niegan a hacer caso a las revelaciones de Dios, exactamente como rehúsan hacer caso cuando los pobres claman. La riqueza y el privilegio han formado un abismo que no se puede cruzar. Simplemente no necesitan a Dios. Y, desde luego, no necesitan a los pobres.
¿No es verdad que cerramos los ojos ante cualquier cosa que supone un reto a nuestra manera de vivir?
Detestamos que nos recuerden de la locura de nuestras costumbres: pagarles cien millones de dólares a dos boxeadores condenados por haber violado a mujeres para verles luchar dos minutos en el cuadrilátero, premiar a nuestros artistas con largueza generosa al mismo tiempo que resentimos a la persona que recibe beneficios sociales, ofrecer indemnización cuantiosa a los funcionarios ejecutivos principales que han fracasado durante su dirección y no ofrecer nada a los trabajadores que perdieron su puesto cuando las empresas hacen recortes de personal o se transladan a otro lugar más ventajoso.
El año pasado, los directores de las empresas Gap y Banana Republic ganaron nada más ni nada menos que dos millones de dólares. La mujer salvadoreña que cose la ropa para que nosotros la llevemos gana 56 centavos la hora. Y ahora, con nuestro gran mercado libre, los anuncios en las revistas de negocios del sector se jactan del hecho que podemos contratar a las costureras por 33 centavos la hora. Se abandona al trabajador estadounidense mientras se aprovechan de los trabajadores del tercer-mundo.
¿Queda algo más para que lo considere Amós? A una voz profética de nuestra era le parece que sí y ha escrito de las prácticas inmorales del capitalismo sin límites. Pero cuando defendió la primacía del trabajo en su encíclica Laborem Exercens (1981), un periodista de la revista Fortune se burló del Papa Juan Pablo II por estar “comprometido con la economía socialista y por tener debilidad más y más por la retórica anti-imperialista del tercer mundo.”
Hasta incluso los católicos, especialmente los ricos y poderosos, ignoran o descartan las enseñanzas constantes de este Papa cuando habla del dinero. Lo consideraban un polaco ignorante que no entendía la gracia consagrada del éxito material.
Pero Juan Pablo II veía el terrible abismo que separa la riqueza de la pobreza, una sima que augura una situación muy mala para los pobres de este mundo y para los privilegiados en el mundo del más allá.
Fue en América del Norte, durante una misa en Edmonton, Ontario cuando la homilía del papa sobre el juicio final de Cristo nos recordó del destino de Lázaro y de Dives:
En vista de las palabras de Cristo, los pobres del Sur juzgarán a los ricos del Norte. Y los pobres y las naciones pobres—pobres de maneras distintas, no solamente los que no tienen comida, sino también los que se privan de libertad y de otros derechos humanos—juzgarán a los que les quitan estos bienes, guardando para ellos mismos un monopolio imperialista de supremacía económica y política a costa de los demás.
No hace falta decir que recibir estas palabras con buena voluntad fue tan difícil como recibir los diez mandamientos, la profecía de Amós, y las parábolas de uno que “se levantó de entre los muertos.”
Dios no ha hecho estas intervenciones simplemente para que nos sintiéramos culpables. Quiere que nos fortalezcamos y que nos libremos. Si abrimos los ojos a la palabra de Dios y destapamos los oídos para oír el clamor de los pobres, no apoyaremos automáticamente una decisión política o económica. Sino que insistiremos en que cualquier político o partido reciba y que se cuide de Lázaro. Debemos hacerlo por el bien de Lázaro. Debemos hacerlo por nuestro propio bien.
La primera carta de San Pablo a Timoteo nos enseña cómo podríamos ser: gente honrada, generosa, devota, firme, y amable, gente que pelea la buena batalla de la fe, gente de nobleza verdadera. Este pasaje en el capítulo 6, sin embargo, se encuadra por dos avisos. Antes nos dice San Pablo que si deseamos ser ricos, nos enredaremos en ambiciones peligrosas que nos sumergirán en la perdición. El camino de la nobleza cristiana, sin embargo es una vida de generosidad.
A los ricos de este mundo, adviértales que no sean arrogantes ni que pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Dígales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen. De este modo atesorarán para sí un seguro caudal para el futuro y obtendrán la vida verdadera.
No inventé este pasaje para que alguien se sintiera mal. San Pablo lo escribió para que encontráramos la alegría.