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Sintiendo y Pensando en Fe
Vigesimoctavo Domingo
del Tiempo Ordinario B
13 de octubre, 2024
Sindy Collazo

¿Dónde está nuestra seguridad?

La primera lectura nos recuerda que antes de la riqueza, salud y belleza, debemos pedir prudencia y sabiduría. Dios nos recuerda que todo lo valioso en la vida, se le reconoce gracias a estos dones. Y que solo Dios es nuestra fuente de seguridad.

En una conversación que tuve hace años atrás con un amigo, estábamos conversando sobre el fenómeno de acumular que estaba tan marcado en las personas que fueron los niños que crecieron en la era de la segunda guerra mundial. Por ejemplo: la alacena estaba siempre llena y siempre estaban comprando más. Había una explicación bien sencilla. Habían pasado hambre y escasez y tener la alacena llena les hacía sentir seguros.

¿Qué nos hace sentir seguros? ¿Una casa?, ¿un auto?, ¿el dinero? ¿la salud?

Contemplamos el relato del evangelio y el encuentro de Jesús con el hombre rico.

Hoy Dios nos pide que le demos prioridad a Él y que busquemos nuestra seguridad en su capacidad de saciarnos y en su misericordia. ¡Difícil! ¿Verdad?

Pero no imposible.

Lo primero que tenemos que hacer es pedirle al Señor que nos muestre como Él nos ve. Una visión real de quienes realmente somos.  En la carta a los Hebreos, reconocemos que no hay nada que podamos ocultar a nuestro Dios. Querámoslo o no somos transparentes ante Él y “todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas”. Porque nuestro creador: “llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón”. 

Nuestro creador sabe lo que necesitamos antes que nosotros mismos lo reconozcamos. Y está siempre dispuestos a ayudarnos. Partimos de este principio y confiamos en Él.

Muchas veces lo que necesitamos es algo diferente a lo que tenemos en mente, aunque para nosotros es algo bien concreto y material, como dinero o salud o una casa. Y reconocemos que el camino a solucionar nuestros problemas y necesidades, frecuentemente conllevan dones que no podemos ver o comprar, como la prudencia y la sabiduría, por ejemplo.

Partiendo de este principio contemplamos el relato del evangelio y el encuentro de Jesús con el hombre rico.

Cuando el hombre se le acerca y le pregunta: “Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Y en esta pregunta Jesús le responde: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.

Este hombre sentía en lo profundo de su corazón que le faltaba algo, pero dentro de lo que requería la fe judía, estaba haciéndolo todo bien. Para ellos este hombre era “bueno”. 

Cuando Jesús le dice: “Nadie es bueno sino sólo Dios” le está diciendo que a todos nos hace siempre falta algo.  Que no somos ni seremos perfecto en la práctica de nuestra fe o de hasta de nuestra religión y que para eso es que hacemos constante referencia, confiamos y dependemos de quien, sí es perfectamente bueno, Dios.

Es más, para salvarnos no tenemos opción, tenemos que confiar y depender de Dios.

Y luego, Jesús le menciona los mandamientos, pero Jesús sabe que esa no es la respuesta que el hombre está buscando. Por eso es que antes de mencionarlos, le dice: “Ya sabes los mandamientos”. Y por eso es que el hombre rápido le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”. Allí el hombre le confirmó a Jesús lo que Jesús ya conocía de él. Sentía que necesitaba hacer algo más. Es entonces cuando lo reta a confiarse por completo al Señor y en buscar su seguridad y su bienestar solo en Él. Por eso es que Jesús le dice con amor: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.

Y en ese momento el sorprendido fue él. Pues él no se esperaba que le pidiera confiar tanto en Dios, cuando sus bienes materiales le habían evitado pasar necesidad.

Esta realización llenó al hombre de tristeza. Dice el evangelio: “al oír estas palabras, el hombre se entristeció”.  En parte porque se había dado cuenta que su seguridad no estaba confiada en Dios, sino en sus riquezas. Una vez nos sentimos seguros con algo es difícil cambiar nuestra confianza por otra cosa. 

Es por esto que Jesús con cariño les dice a sus discípulos: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!” 

Las riquezas como tal, no son el problema, sino la seguridad y confianza que ponemos en ella, sustituyendo a Dios, a quien le debemos realmente nuestra seguridad y confianza. Mas no solo la riqueza puede hacer esto. La afición por la salud o el estatus social o la belleza pueden darnos falsas seguridades también.

Y todos nosotros fallamos en este departamento. A todos frecuentemente nos importan estas cosas, en ocasiones…demasiado. He ahí la realización de los discípulos: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”

Es por esto que Jesús nos recuerda que la salvación no es el trabajo individual, es un trabajo comunitario y filial de nosotros con Dios: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.

Que no tengamos que esperar vernos en un callejón sin salida para recordar nuestra dependencia a Dios, nuestra naturaleza de ser sus hijos y lo ilusa que son todas las cosas en las que ponemos nuestra confianza.

Porque lo que es imposible para nosotros, para Dios siempre es posible. Dios es nuestra seguridad.

Dios me los Bendiga y Seamos Santos.



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org