Un domingo, mientras bautizaba yo a una bebé, fue tan fácil para mí ver el contraste entre mi propia carne–la que administraba el agua y el aceite–y la piel tierna y limpia de la bella nena que recibía el sacramento.
¡Y esta reflección nos lleva al Evangelio para este domingo! ¿Cómo reaccionarías tú si de repente tu piel leprosa quedara tan limpia como la de un bebé? ¡Supongo que, como hacen los promotores de productos, crearías un sitio web para vender el secreto de la piel suave!
En el Evangelio, Jesús cura a diez leprosos. Les dice así: “Id a presentaros a los sacerdotes.” ¡Mientras van de camino, descubren que han quedado limpios! Pero sólo uno de ellos es capaz de ver lo que significa esta curación. Ese hombre es un samaritano. El samaritano regresa a Jesús, alabando a Dios a grandes gritos, y se echa por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
¿Y los otros nueve? Simplemente habrían seguido su camino, alegres de haber tenido tanta suerte, olvidándose de quién los curó. Ignoraron la cura para el alma que Jesús les ofrecía.
En la primera lectura, la situación es distinta. Allí, un leproso, Naamán, es mandado por Eliseo a bañarse siete veces en el Jordán para curarse.Naamán sigue al pie de la letra las curiosas instrucciones de Eliseo. ¿El resultado? Su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño.
Naamán se apresuró para regresar a Eliseo a darle las más profundas gracias. Declaró que no había dios en toda la tierra más que el de Israel. Se desbordaba de gratitud, su vida ya le estaba restaurada, y él proclamó que quería hacerle un regalo a Eliseo como muestra de su agradecimiento.
Típicamente, cuando una persona recibe tanto amor, desea de todo corazón obsequiarle a su benefactor, sin pensarlo dos veces, para expresar su gratitud. Esta es una reacción muy sana y perfectamente normal.
Curiosamente, Eliseo el profeta rechaza el regalo. No llegamos a saber la razón exacta, pero yo creo que él sólo quería ser premiado con el amor y la gracia de Dios.
Naamán, el que antes fue leproso, anuncia solemnemente:
Si no aceptas, que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante, tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor Primera Lectura
Con todo y con mulas, él procura fundamentar su gratitud en la tierra de Israel. Un samaritano, usará esa tierra como sacrificio al Dios de Israel.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola tiene como base este tipo de respuesta. Especialmente, el último ejercicio, “La contemplación para alcanzar amor.” Cuando los participantes en un retiro espiritual, por ejemplo, se dan cuenta de la profundidad del amor que el Señor tiene para ellos, su mayor deseo es corresponderle, darle algo también.
Fíjate que esta respuesta supone una relación madura, no una relación infantil. Un bebé tiene muchísimas necesidades, nos las comunica en todo momento. Los nueve leprosos ingratos eran así. Pero a medida que la gente crece, quiere corresponder a la generosidad, dar algo en agradecimiento por lo que ha recibido. Sí, hasta devolverle algo al Señor.
¿Cómo habrías reaccionado tú? Desde el principio de los tiempos Dios ha buscado una relación de amor mutuo con todas las personas. ¿Alguna vez has sentido esto? ¿Alguna vez has experimentado la gratitud? ¿Alguna vez has tomado el tiempo para sentirla?
¿Podrías tomar algún tiempo esta semana?
Tú estás invitado a enviarle por correo electrónico una nota al
autor de esta reflexión:
Fr. Juan Foley, SJ