En el evangelio de hoy, Santiago y Juan le preguntan a
Jesús si pueden sentarse a su derecha y a su
izquierda cuando él esté en su gloria. Los
otros diez discípulos, al enterarse, se sienten
indignados.
Jesús responde a su indignación con una
lección sobre la gloria. Según el mundo, los
grandes son aquellos que gobiernan, pero desde la
perspectiva de Jesús, los verdaderos grandes son los
siervos. La verdadera gloria no emana del poder sobre los
demás, sino del servicio al prójimo.
Jesús alcanza la cima de su gloria en la cruz, cuando
lo ha perdido todo salvo el amor.
Así que la respuesta de Jesús a la
indignación de los discípulos demuestra que
ellos concebían de la gloria en términos de
poderío, y ellos se indignaron con Santiago y Juan
porque interpretaban que este era el tipo de poder que
Santiago y Juan le estaban pidiendo a Jesús.
Pero vale notar que la respuesta de Jesús a Santiago
y Juan no es un discurso sobre la gloria. Lo que
Jesús les dice revela lo que pensaban estos dos
apóstoles, del mismo modo que su respuesta a los
otros discípulos nos hace entender por qué los
otros diez se indignaron.
A Santiago y Juan, Jesús les dice,
“¿Pueden beber del cáliz que yo he de
beber?” Éste es el mismo cáliz que
Jesús pidió fuera apartado de él. Es su
crucifixión. Así que Santiago y Juan sí
tienen una noción correcta de la gloria. No
están pidiendo tronos en el cielo, como piensan los
otros apóstoles. Están pidiendo ser
crucificados junto a Jesús, uno a cada lado de
él.
Y lo más impactante de este episodio es precisamente
que Jesús no reprende a Santiago y Juan por hacer
esta petición. Más bien se la concede. Ellos
sí beberán del mismo cáliz que el
maestro.
Pero Jesús les niega el estar a su lado en su momento
de gloria. Dice Jesús que ya Dios les ha destinado
ese don a otros. ¿A quiénes? Pues, a aquellos
dos ladrones, crucificados a cada costado de Jesús.*
¿A quién más?
Ese gran regalo que tanto anhelaron Santiago y Juan, Dios no
se lo concedió a ninguno de los apóstoles,
sino a dos criminales mezquinos y desconocidos.
¿Y qué pasó?
Uno de esos ladrones desperdició el regalo. Y el
otro- qué glorioso, ¿no?
Eleonore Stump
Traducción de Br. Cristobal Torres, O.P.
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*Esta inspiración se la debo a mi yerno Adam Green,
quien la tuvo y quiso compartirla conmigo.
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