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Homilía
Vigésimo Noveno domingo
del Tiempo Ordinario C
20 de octubre, 2019
Donaldo Headley

Hará justicia … y pronto

Al mencionar una justicia veloz, pensamos en la horca, las pistolas de Clint Eastwood o, en caso de la Iglesia, de las hogueras del Gran Inquisidor. Siento que, después de los abusos judiciales sufridos por Jesús, no le hubiera caído bien lo que se ha llamado justicia en la Iglesia durante su historia larga y detenida. De todos modos, es posible que muchos católicos no estarían de acuerdo conmigo en criticar las actividades jurídicas del Estado o de la Iglesia.

La mujer de la parábola de Jesús busca la justicia a pesar de un sístema jurídico corrupto y un juez campeón del soborno. Las estructuras jurídicas, controladas por la gente pudiente y sintonizadas siempre con el canto de los ricos, han permitido archivar en cárceles sobrepobladas a acusados pobres sin audiencia.

En su parábola, Jesús escoge a una mujer para reclamar la justicia, porque él sabe que sólo con dificultad la puede encontrar. Consideren sólo las mujeres violadas o las que se defienden en contra de un marido o novio abusador. ¡Qué difícil es para que encuentren justicia!

¿Tenemos el derecho de invocar la justicia de Dios si, como el juez de la parábola, somos parte del problema?

Para ser convencidos de la condición tan parcial de la justicia, vean sólo lo que hacen los abogados para que las empresas grandes no paguen impuestos y sigan dañando el ambiente. La mayoría de la ciudadanía expresa un cinismo bárbaro cuando se trata de la relación entre las empresas y los políticos. La gente dice que tenemos el mejor congreso nacional que la plata puede comprar.

Ya nadie busca justicia, sólo los medios para no ser acusado por el fiscal. El pobre sufre porque no puede comprar su defensa. La dama con pesa y ojos blindados, situada en la cúpola de los juzgados y llamada “Justicia”, simboliza nuestra condición: sin ver, ella juzga por lo que pesan los bolsillos de los acusados.

Si intentamos vivir el Reino de Dios por adelantado, la frustración será nuestra dieta diaria. El primer Gregorio, papa de las misiones europeas, quería ver la Iglesia como una celebración del único espíritu humano en su gran diversidad de poblaciones móbiles; tristemente, los papas subsecuentes se dedicaron a destruir su visión y sueño. Washington soñaba con una presidencia dedicada a servir a los conciudadanos; otros la han hecho un reinado sin corona.

Los sistemas y estructuras, sean ellos los de la Iglesia o del Estado, se establecieron originalmente para facilitar la oportunidad creadora y liberadora de un pueblo capacitado para buscar caminos de fe y una política abierta. Como seguidores de Jesús, jamás debemos anhelar el poder, sino, por el bautismo y la Resurrección del Señor, celebrar el deseo desbordante de ayudar el mundo en su búsqueda de la verdad. No tenemos por qué fortalecer nuestras propias instituciones detrás de las decisiones arbitrarias de ciertos grupos. A los líderes del gobierno les faltan visión y conciencia. Siempre llegan tarde para salvar del hambre miles de niños y parar las guerras sangrientas entre los shiitas y sus vecinos. Los obispos y el Papa, como también los congresistas, muestran interés sólo en sus espejos y no son capaces de luchar para una justicia adecuada y real.

No hay una igualdad económica entre parroquias, ni tampoco importancia pareja de voz y voto entre uno y otro barrio de la ciudad. Es evidente que el racismo determina la manera en que responden las autoridades civiles y ecclesiásticas a las necesidades de los pueblos. En la arquidiócesis, uno en cada dos católicos pronto será hispano, pero sólo hay un organizador hispano de cursos litúrgicos entre treinta norteamericanos en las oficinas del culto divino. En la ciudad, el barrio negro se parece a Managua después del terremoto o a San Salvador en plena guerra.

¿Tenemos el derecho de invocar la justicia de Dios si, como el juez de la parábola, somos parte del problema? Ya conocemos el enemigo, nosotros mismos. Vivimos según la misma orientación hedonista que otros poseen en nuestra sociedad. El placer nos interesa más que la educación; pagamos millones de dólares a los basquetbolistas y centavos a los maestros de nuestros hijos. No merecemos tener ni colegios ni dirección espiritual ni gobierno organizado porque no estamos dispuestos a organizar las prioridades de la vida. La Iglesia de la Merced no existirá en diez años, no por falta de gente, sino porque la tratamos, no como nuestra casa sino como un hotel, del cual no tenemos ninguna responsabilidad. ¿Qué ha pasado con nuestro compromiso de dar el valor de nuestra primera hora de trabajo cada semana a nuestra Iglesia y parroquia, el lugar y programas usados por todos?

Un cambio de actitudes referentes a la justicia debe comenzar con nosotros mismos.

Donaldo Headley

Donaldo Headley se ordenó al sacerdocio en 1958. Se graduó con MA en filosofía y STL en teología de la Facultad Pontificia del Seminario de Santa María del Lago en Mundelein, Illinois.


Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org