En las lecturas para este domingo hay dos temas.
El primero es: “No te canses cuando oras.”
Y el otro precisa: “pero cuando te canses, encontrarás apoyo.”
El mismo Jesús proclama nuestro deber de orar sin cansarnos: “Oren siempre sin desanimarse,” dice el Señor en el Evangelio. Aun así, ¿quién de nosotros no ha dormitado durante la oración, si es de los que intentan rezar?
Veamos.
En la primera lectura, el hermano de Moisés, Aarón, y un hombre que se llama Jur suben con Moisés a la cima de un monte, desde donde observan la batalla entre Israel y Amalec. Para asegurar la victoria de los israelitas en esta batalla, Moisés mantiene en alto las manos, que sostienen “el bastón maravilloso.”* Tiene que seguir así con los brazos completamente extendidos hasta que termine el combate, porque cuando las baja, el enemigo vence. Pues, esta batalla dura por mucho tiempo. Le sostienen los brazos Aarón y Jur, uno a cada lado, y encuentran una piedra para que Moisés se siente.
Cuando yo era monaguillo, aprendí algo sobre esta situación (sin querer) porque sostenía el libro de Las Sagrdas Escrituras con los brazos extendidos, para que el Padre leyera. ¡Era que no pensaba yo! “Por favor, que lea más rápido,” gritaban mis pobres brazos.
Entonces en el Evangelio, Jesús cuenta una parábola para enseñarnos por qué no debemos nunca cansarnos de orar, sino seguir pidiéndole a Dios lo que necesitamos. Fíjate que éste es el mismo Jesús que, algunos dicen, en la cruz se desanimó con la oración.
La parábola trata de un juez injusto y una viuda que se presenta ante él una y otra vez y se niega a dejar de exigirle justicia.** Como tiene tan poco que perder, la viuda llega a la corte todos los días sin faltar y clama por justicia ante ese juez aburrido. Al final el juez piensa, si no actúo esta viuda seguirá fastidiando. Me rindo. Le haré justicia.
La lección está clara: ¿No ves que Dios–que de ninguna manera está aburrido–asegurará que no nos falta nada?
Sí.
Pero …
Como ya se ha comentado, ¡nadie le sostuvo los brazos a Jesús en la cruz cuando los tenía extendidos! ¡Los abrió completamente, se cansó hasta la muerte y en algún momento ya no pudo sentir en absoluto la presencia de Dios! ¿En ese momento siguió orando sin cesar? Y cuando dijo, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado”? Es ésta tal vez la oración más impactante de toda la historia.
Tal vez tú y yo debemos rezar esa oración en estos postreros días. Desde luego, Jesús, desde la cruz, le enseñó a Teresa cómo convertirse en Santa Madre Teresa, a pesar de haber pasado tantos años sin la consolación.
De manera que el amor de Dios era lo suficientemente fuerte como para sostener a Jesús (y a la Madre Teresa), cuando ya se sentían desamparados. Jesús extendió sus brazos en la postura medieval de oración (los brazos elevados y totalmente abiertos a Dios) y ganó una gran victoria, así como lo hicieron Moisés y Josué.
El Señor mantiene abiertos hoy sus brazos para ti y para mí. Podemos dejarnos caer en ellos cuando nos encontramos sumamente cansados y desanimados, si aceptamos el apoyo que Dios nos ofrece. Como predijo Moisés,
El eterno Dios es tu refugio. Y acá abajo los brazos eternos.(Deuteronomio 33:27)
Puedes confiar en esas palabras.
*Esta es la “vara de Dios” que Moisés había llevado desde que se le apareció Dios en la zarza ardiente (Éxodo 4: 1ff) Allí, Dios le pregunta a Moisés qué es lo que tiene en la mano, y después hace que la vara se convierta en serpiernte al tirarla Moisés al suelo. La vara es un símbolo constante de Dios, por ejemplo, cuando Moisés divide el mar Rojo (Éxodo 13: 17-14:29) y en muchas otras ocasiones.
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autor de esta reflexión:
Fr. Juan Foley, SJ