Por su cruz, Cristo venció el pecado; por su
resurrección, venció la muerte. Todo el mal
del mundo y todas sus consecuencias, la muerte
incluída, han sido vencidos por la victoria del
Señor. En la Pascua, celebramos esta victoria con
alegría.
La epístola señala que la victoria de Cristo
es nuestra victoria. Funciona así: Tenemos fe en que
Jesús es el Cristo. Por medio de esta fe, somos
nacidos de Dios. Al ser nacidos de Dios, vencemos al mundo.
Y al vencer al mundo, amamos a Dios, amamos a los hijos de
Dios, y obedientemente guardamos los mandamientos de Dios.
Pero estos versículos de la epístola parecen
destruír la alegría, ¿cierto? Si no
guardamos los mandamientos de Dios, si no amamos a los hijos
de Dios, no venceremos al mundo. Y si no lo vencemos,
entonces no somos nacidos de Dios, y no tenemos fe
realmente.
Y la cosa se pone peor.
En otro pasaje, esta epístola nos dice que
aquél que niega tener pecado es un mentiroso (I Juan
1:8). Por esto parece haber aquí un dilema sin
salida. Si pecas, no vences. Pierdes. Pero si intentas decir
que no pecas, eres culpable de mentir, que es un pecado; por
lo cual no vences. Tal parece que de igual modo, si crees
que pecas o si crees que no pecas, pierdes.
Entonces, ¿qué se ha hecho de nuestra
victoria, y qué de la alegría?
La solución está en percatarnos de lo que es
la fe. La fe es la creencia que Jesús es el Cristo,
el Mesías, el que - ¿el que qué? El que
vence el pecado y la muerte.
Luego, éste es el mensaje. Nos salva del pecado y la
muerte el creer que hemos sido salvados del pecado y la
muerte - por Cristo. No hay dilema sin salida. Aún en
nuestro estado de pecado, en que la verdad nos obliga a
confesar nuestra desobediencia y nuestros fracasos en el
amor, somos vencedores - del pecado y la muerte en nosotros
- siempre y cuando creamos que Cristo ha ganado la victoria
por nosotros.
Esta fe es lo que requiere Dios de nosotros. La
epístola tiene razón: no resulta gravoso.
Entonces, he aquí nuestra alegría: Siempre y
cuando creamos que Cristo ganó la victoria por
nosotros, la victoria de Cristo es nuestra.
Eleonore Stump
Traducción Br. Cristobal Torres
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