En sus escritos Leonardo Boff nos presenta una Iglesia renovada y revolucionada. El quiere refundamentar la Iglesia a todos los niveles de su existencia. Su libro Eclesiogénesis nos invita a repensar todo lo que somos como Iglesia. Carlos González Vallés, jesuita que trabaja en la India, hace lo mismo desde un punto de vista netamente pastoral. Otro autor, Gerald Arbuckle propone lo mismo en el mundo del habla inglesa.
Sin embargo, con todos estos esfuerzos, ningún autor moderno se compara con Lucas y lo que él exige de nosotros en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Este evangelista e historiador de la comunidad primitiva de fe nos dice que cada generación es llamada, no a aceptar una Iglesia del pasado, sino a crear una comunidad nueva que comparte y cree en la vida de Jesús resucitado en su propia época.
Durante las próximas semanas de la celebración pascual hasta el Domingo de Pentecostés, todas las primeras lecturas dominicales se tomarán de los Hechos de los Apóstoles. Ellas representan una gracia muy especial para todos los que desean ser Iglesia en el mundo de hoy.
Ya hemos sido rociados con las aguas bautismales renovadas; el compromiso a compartir la vida, no por motivo de sangre o famila, sino por el entusiasmo de nuestra fe, ilumina nuestro camino como las velas encendidas de la Vigilia Pascual mueven y quitan las sombras del templo. Queremos ser la comunidad que al fin cambia el mundo egoísta en una bendición para todos sus miembros.
¡Qué grupo más alegre debe haber sido esa Iglesia del comienzo!, sin oficinas y máquinas copiadoras, sin computadoras y autobuses colegiales. Los techos, por no existir, no tenían goteras. Y lo que era más importante, no hacían nada con respecto a Jesús sino admirar lo que Dios había hecho en él, resucitándolo y dándoles a ellos una participación en su nueva vida inclusiva. Ellos podían ver en él todo lo que era Dios y todo lo que debía ser toda persona humana. El era para ellos el verdadero principio y fin; todo lo que ellos hacían celebraba su presencia entre ellos y, al mismo tiempo, anhelaba su retorno.
Partían el pan en comunidad; todos traían algo para compartir. Los que llegaban con más alimentos, salían a sus casas con algo menos a la vez que los que llegaban con menos salían con más. Su reunión era la carne del Señor, ahora animada con el Espíritu creador y liberador de Dios que forjaba una comunidad de individuos y amigos de extraños.
La segunda lectura, tomada del Libro de Revelaciones, subversivo de todo lo que era imperio, nos dice que aquel que estaba muerto ya vivía, y que él mismo había encarcelado la muerte y el infierno, todo lo que nos apartaba de la vida y de Dios. Ya el miedo no cuenta como elemento de la vida humana, dándonos más motivo para juntarnos y provocar los cambios necesarios en la sociedad. Quizás ahora será posible aplicar las normas presentadas por Lucas en el libro de Los Hechos.
La tercera lectura, tomada del Evangelio según Juan, es una historia de puertas cerradas y falta de fe. Cerramos las puertas de la casa porque no hay confianza; no podemos creer. En este texto, Cristo aparece a los discípulos, retando su fe y quitando su miedo. Primero, les muestra sus heridas, la evidencia palpable de la traición de ellos, y después les dice “Paz con ustedes”, perdonándolos totalmente y retándolos a ser más de lo que habían sido antes.
¿Y qué de nosotros? ¿Estamos listos para crear una Iglesia que sirve y transforma el mundo actual? ¿Tenemos el coraje para retar todo lo arbitrario y subvertir lo que oprime? ¿Perderemos el miedo y confiaremos en el Señor que nos ofrece su paz?