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La Paz que queremos en nuestras vidas; la de Cristo.

Cristo saluda a sus discípulos diciendo: “la paz esté con ustedes”. Justo cuando más miedo tenían. Por su miedo, estaban encerrados, escondiéndose y pensaban que después de Jesús, los judíos iban a buscarlos a ellos para hacerles lo mismo.

La verdad es que vivimos nuestras vidas con más miedos de los que queremos reconocer. Miedos a circunstancias, miedos a personas…hasta miedos a nosotros mismos y esos miedos nos quitan la paz.  

La verdad es que el miedo se vuelve un círculo vicioso. Los que tienen miedo, comunican y oprimen con su miedo a otros.

¿Por qué hay tanto odio en este mundo? Por no saber qué hacer con tanto miedo que se siente.

Es su amor, el que promete estar siempre presente, para mostrarnos el camino a la paz.

Sabemos que el miedo se puede utilizar como arma en contra del otro.  Se puede infligir miedo al prójimo, hacerle sentir inseguro, culpable; para aislarlo de otros, provocar su retirada de la vida y quitarle la paz.  El miedo puede usarse para controlar al otro, manipular al otro. Pero en el fondo, lo que desean es dejar de sentir miedo; dejar de sentirse amenazados por lo que el otro es.

Eso es lo que las autoridades judías querían hacer con los discípulos. El propósito de matar a Jesús en la cruz era infligir terror y miedo, a los seguidores de Jesús. Para que desistiera de su esperanza.

Pero esto no funciona. Al menos, no por mucho tiempo.

Porque Jesús venció el miedo. Jesús venció el terror de la muerte y con ello la promesa de la paz.

Finalmente, los discípulos de Jesús podían experimentar paz.

Todos pudieron experimentar esa paz, tarde o temprano, hasta Tomás. Tomás, quien amaba a Jesús con todo su corazón y hasta en un momento estuvo dispuesto a morir por él, le costó obtener la paz. No pudo estar en el momento preciso y se le hizo difícil creer el relato de los discípulos que estaban allí. ¡Tanto era su dolor!

Así nos pasa a nosotros. Cuando sentimos miedo, perdemos la paz. Y cuando alguien nos dice: “¡Calma, todo va a mejorar!”, se nos hace difícil ver el ¡como!  Ese es el poder destructivo del miedo y del terror.

Jesús no considera nuestros miedos, para forzarnos a obedecer o juzgarnos, sino para sanarnos. Por su gran amor y misericordia. Él también lo sintió y lo venció al vencer la muerte.

Es su amor, el que promete estar siempre presente, para mostrarnos el camino a la paz. Es su misericordia, él ve más allá de nuestros defectos y de nuestras dudas y llega al fondo de nuestro corazón para sanar nuestros miedos y nuestro dolor.

Porque después de todo, es desde su corazón; desde su amor, que nace su misericordia y recibimos su paz.

Que cada experiencia de sanación espiritual en nuestra vida nos haga testigos de la paz del Señor; del tipo de paz que solo él nos da, y que también podamos compartirla con otros corazones sufrientes y mentes ansiosas. Que le podamos decir:

  “La paz del Señor esté con ustedes”

Dios me los Bendiga, que la paz del Señor esté con todos ustedes y nos inspire, cada día, a la santidad.