Este domingo de Cuaresma es el único que no incluye una
catequesis formal para los que se bautizarán el Sábado
Santo. Los otros domingos de la temporada subrayan el
compromiso del nuevo cristiano con la vida y luz que debe
dar a sus hermanos.
Pero desde el segundo siglo, este día fue apartado para
celebrar las ordenaciones ministeriales. El evangelio de
hoy que habla de la Transfiguración de Jesús nos explica
la importancia de ver en él más que un predicador
carismático y notar que su vida y relaciones revelan a
Dios.
Jesús es humano como nosotros. Sin embargo, su vida tiene
fuerza para cambiar nuestras vidas. San Pablo nos dice que
todos los bautizados compartimos por igual la vida del
Resucitado (Gal. 3,26-28). Esta vida de Jesús nos enseña
que, como los invitados para ser hijos adoptivos de Dios,
el Espíritu nos empuja a organizar el mundo con amor y
libertad. Debemos responsabilizarnos por lo que hacemos o
no hacemos para el bien de los demás. Durante su vida
histórica, Jesús hace lo que Dios espera ver en todos; el
Evangelio nos invita a “ser perfectos como el Padre es
perfecto (Mateo 5,48)”. Cada ministro ordenado debe tener
esta visión, no sólo porque ella se encuentra en Jesús,
sino porque pertenece a la comunidad que comparte su vida.
Su visión incluye la justicia profética, el amor y
compasión que no siempre estamos dispuestos a ver.
Este segundo domingo cuaresmal celebra el poder
comunitario nuestro para escoger a personas quienes nos
ponen por delante la responsabilidad cristiana de
alimentar y acompañarnos, los unos a los otros, y así
sostener la vida y luz que hace falta a la sociedad. Todo
ministerio cristiano tiene su origen en la vida sacerdotal
que da su comienzo en nuestro Bautismo.
Bautizados como niños para ser criados en la fe por
nuestros padres, o pasando por el catecumenado como
adultos, recibimos la plenitud de la vida cristiana al ser
sellados y abrazados por la comunidad. La ordenación al
diaconado o sacerdocio no cambia el compromiso ministerial
fundamental del cristiano. Pero sí, le da al ministro
ordenado la responsabilidad de hacer florecer ese
compromiso en los demás miembros de la comunidad.
Sin compartir la agenda profética de justicia, amor y
compasión en el mundo, el ministerio se vuelve egoísmo. ¿A
qué propósito la catequesis, liturgia y servicio social
entre nosotros sin una relación definida con la misión
principal organizadora y liberadora de la Iglesia católica
cristiana?
Los documentos del Nuevo Testamento hablan de la primera
Iglesia con sus diversos ministerios, pero con una sola
meta. Hay una variedad de modelos eclesiales, pero un solo
Espíritu. Por ejemplo, la Iglesia de Corinto tenía un
obispo cuando Roma ni había pensado en esa posibilidad.
Corinto seguía el patrón eclesiástico diseñado por Pablo
durante sus visitas misioneras mientras que Roma contaba
con la presencia de sus huéspedes apostólicos, los
prisioneros Pedro y Pablo, para mantener la relación
estrecha entre el Evangelio y sus agrupaciones locales
semejantes a nuestras comunidades eclesiales de base.
Nadie puede decir con certeza cómo se organizará la
Iglesia del futuro porque será algo del Espíritu. Sin
embargo, sabemos que ser fiel a Cristo exige proclamar al
prójimo la liberación y la organización de la vida; los
documentos del Concilio Vaticano Segundo nos ofrecen una
colegialidad eclesiástica y un ministerio compartido. Sin
embargo, como en toda institución, se halla siempre “un
trecho entre el dicho y el hecho”.
Al existir en la Iglesia una visión de colegialidad, las
vocaciones ministeriales se multiplican, pero al consentir
la comodidad individual, los candidatos al ministerio
ordenado desaparecen. Consideren a los Jesuitas: su
comunidad religiosa recibe a cuarenta novicios en la
Iglesia centroamericana perseguida y sólo dos o tres en la
provincia de Chicago. Aquí las mesas están llenas y las
camas suaves.
Los ministros ordenados están escogidos para aclarar
nuestra visión de Cristo y mostrar cómo compartir la vida.
Uno no se queda en la montaña de los sueños; todos los
visionarios deben bajar de ella para caminar juntos. Sólo
ahora y aquí, en esta tierra de amores y compromisos, se
crea el mundo y se liberan los pueblos.
Donaldo Headley
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