Homilía
2º domingo de Cuaresma
16 de marzo de 2014



Mientras bajaban del cerro...

Este domingo de Cuaresma es el único que no incluye una catequesis formal para los que se bautizarán el Sábado Santo. Los otros domingos de la temporada subrayan el compromiso del nuevo cristiano con la vida y luz que debe dar a sus hermanos.

Pero desde el segundo siglo, este día fue apartado para celebrar las ordenaciones ministeriales. El evangelio de hoy que habla de la Transfiguración de Jesús nos explica la importancia de ver en él más que un predicador carismático y notar que su vida y relaciones revelan a Dios.

Jesús es humano como nosotros. Sin embargo, su vida tiene fuerza para cambiar nuestras vidas. San Pablo nos dice que todos los bautizados compartimos por igual la vida del Resucitado (Gal. 3,26-28). Esta vida de Jesús nos enseña que, como los invitados para ser hijos adoptivos de Dios, el Espíritu nos empuja a organizar el mundo con amor y libertad. Debemos responsabilizarnos por lo que hacemos o no hacemos para el bien de los demás. Durante su vida histórica, Jesús hace lo que Dios espera ver en todos; el Evangelio nos invita a “ser perfectos como el Padre es perfecto (Mateo 5,48)”. Cada ministro ordenado debe tener esta visión, no sólo porque ella se encuentra en Jesús, sino porque pertenece a la comunidad que comparte su vida. Su visión incluye la justicia profética, el amor y compasión que no siempre estamos dispuestos a ver.

Este segundo domingo cuaresmal celebra el poder comunitario nuestro para escoger a personas quienes nos ponen por delante la responsabilidad cristiana de alimentar y acompañarnos, los unos a los otros, y así sostener la vida y luz que hace falta a la sociedad. Todo ministerio cristiano tiene su origen en la vida sacerdotal que da su comienzo en nuestro Bautismo.

Bautizados como niños para ser criados en la fe por nuestros padres, o pasando por el catecumenado como adultos, recibimos la plenitud de la vida cristiana al ser sellados y abrazados por la comunidad. La ordenación al diaconado o sacerdocio no cambia el compromiso ministerial fundamental del cristiano. Pero sí, le da al ministro ordenado la responsabilidad de hacer florecer ese compromiso en los demás miembros de la comunidad.

Sin compartir la agenda profética de justicia, amor y compasión en el mundo, el ministerio se vuelve egoísmo. ¿A qué propósito la catequesis, liturgia y servicio social entre nosotros sin una relación definida con la misión principal organizadora y liberadora de la Iglesia católica cristiana?

Los documentos del Nuevo Testamento hablan de la primera Iglesia con sus diversos ministerios, pero con una sola meta. Hay una variedad de modelos eclesiales, pero un solo Espíritu. Por ejemplo, la Iglesia de Corinto tenía un obispo cuando Roma ni había pensado en esa posibilidad. Corinto seguía el patrón eclesiástico diseñado por Pablo durante sus visitas misioneras mientras que Roma contaba con la presencia de sus huéspedes apostólicos, los prisioneros Pedro y Pablo, para mantener la relación estrecha entre el Evangelio y sus agrupaciones locales semejantes a nuestras comunidades eclesiales de base.

Nadie puede decir con certeza cómo se organizará la Iglesia del futuro porque será algo del Espíritu. Sin embargo, sabemos que ser fiel a Cristo exige proclamar al prójimo la liberación y la organización de la vida; los documentos del Concilio Vaticano Segundo nos ofrecen una colegialidad eclesiástica y un ministerio compartido. Sin embargo, como en toda institución, se halla siempre “un trecho entre el dicho y el hecho”.

Al existir en la Iglesia una visión de colegialidad, las vocaciones ministeriales se multiplican, pero al consentir la comodidad individual, los candidatos al ministerio ordenado desaparecen. Consideren a los Jesuitas: su comunidad religiosa recibe a cuarenta novicios en la Iglesia centroamericana perseguida y sólo dos o tres en la provincia de Chicago. Aquí las mesas están llenas y las camas suaves.

Los ministros ordenados están escogidos para aclarar nuestra visión de Cristo y mostrar cómo compartir la vida. Uno no se queda en la montaña de los sueños; todos los visionarios deben bajar de ella para caminar juntos. Sólo ahora y aquí, en esta tierra de amores y compromisos, se crea el mundo y se liberan los pueblos.


Donaldo Headley


Donaldo Headley se ordenó al sacerdocio en 1958. Se graduó con MA en filosofía y STL en teología de la Facultad Pontificia del Seminario de Santa María del Lago en Mundelein, Illinois.
Derechos de Autor © 2014, Donaldo Headley.
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Arte de Martin Erspamer, O.S.B.
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)].
Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org/