Si les gusta el simbolismo les va a encantar el
evangelio de hoy. Pero antes que nada, veamos el
contexto. En Mateo 16, 21 - 28 - el pasaje antes de lo
que leemos hoy - Jesús les da una noticia a sus
discípulos y los deja perplejos y desanimados: ¡va a
morir! Pedro, después de haber anunciado a todos que
Jesús es el Mesías - es decir un rey que va a triunfar
sobre sus adversarios - ahora descubre que no: va a
morir en una cruz. Repitiendo la tentación de Satanás
en el desierto, Pedro insinúa que ha de haber otra
solución: ¿la violencia armada? Pero el Señor reconoce
este plan como otro obstáculo - otro Satanás - en su
camino hacia una solución pacífica.
Después de dejar a sus amigos desilusionados y ahuitados
en el capítulo 16, les levanta los espíritus en la
tercera lectura hoy. Eligiendo a tres de sus amigos
más íntimos: Pedro, Juan, y Santiago, los conduce a un
lugar desierto: la cumbre de un monte. Como la semana
pasada fue el Espíritu de Dios que condujo al Señor al
desierto para descubrir su misión y ver a Dios, hoy es
el Hijo de Dios que conduce a los tres (tomémoslos como
la iglesia a la que pertenecemos) a ver a Dios y perder
su miedo. La base de la fe judía son dos partes de la
biblia: la Ley y los profetas, y sus símbolos: Moisés y
Elías. Estupefactos los tres contemplan al carpintero
en quien posiblemente estaban perdiendo la fe rodeado de
los personajes más insignes de su mundo religioso, y lo
que es más, charlando con ellos como iguales. Pedro y
sus amigos recuerdan que no es la primera vez que Moisés
subió a un monte: es allí donde habló con Dios quien
le entregó las tablas. ¿Será que otra vez Moisés está
conversando con Dios?
De repente oyen una voz que sale de una nube luminosa.
En la tradición judía Dios aparecía en y hablaba de las
nubes. Ahora bien, cuando Jesús - una vez bautizado -
inició su misión oyó una voz de una nube que le anunció
su identidad: "tú eres mi hijo amado."
Pero esa voz fue dirigida a Jesús y a nadie más.
Pero hoy el Padre lo repite para toda la iglesia: Pedro,
Juan, Santiago, Uds., y yo: "Este es mi Hijo muy
amado.....escúchenlo." Con esta experiencia
inolvidable todas las dudas, todos los miedos desvanecen
como el rocío: por fe Pedro, Juan, y Santiago ven al
Salvador como es y lo aceptan como es.
Como una vez Moisés había caído al suelo ante el arbusto
ardiente declarándose indigno, ahora los tres
"cayeron rostros en tierra, llenos de un gran
temor." Pero Jesús los anima con esas palabras
que repetía con tanta frecuencia: "no teman."
Bajan del monte, desaparecidas su confusión y dudas pues
han visto a Dios cara a cara. Y cara a la misión que
les espera oyen las palabras de Jesús, "no se lo
digan a nadie hasta que el Hijo del Hombre haya
resucitado de entre los muertos." O sea, en Mt.
16 y 17 vemos a los discípulos - y con ellos Uds. y yo,
la Iglesia - experimentando la Pasión de Cristo: primero
tambaleándose ante la afirmación: "voy a
morir" y ahora viendo la cara de Dios y oyendo
"voy a resucitar." Con razón vuelven de su
retiro espiritual en la cumbre del monte a la misión
diaria llenos de entusiasmo y alegría.
Los hombres y las mujeres que participan en el retiro
que se llama Acts, al terminarlo se dedican a leer y
comentar un libro llamado
Bajando de la Montaña. Y qué título más
atinado. Como los tres apóstoles, de vez en cuando nos
encontramos rodeados de la muerte y la desilusión;
parece que el sol nunca volverá a salir. En eso el
Espíritu nos lleva a un retiro o nos invita a hincarnos
a rezar y de nuevo vemos al Hijo de Dios que además de
morir, resucita ..... y nosotros con El.