“Éste es mi hijo amado.”
La “prueba” de Abrahán nos pone a prueba a todos nosotros. Es una historia que quita la confianza de un Dios bondadoso a cualquiera. ¿Por qué le pediría ese Dios bondadoso y generoso a Abrahán que sacrificara a Isaac, “su hijo único al que quiere, el niño milagroso, la promesa, el don querido?
Desde luego, un ángel celestial de Dios le ordenó a Abrahán que no matara a su hijo. Aún así, la historia sigue siendo bastante turbante. Casi nos parece perverso que Dios nos hiciera tan mala jugada.
Entre los filósofos y los teólogos que han luchado para comprender la historia, Kierkegaard me ha servido de candelero---aunque no me ha iluminado completamente el asunto. Nos recuerda de la transcendencia total y la alteridad de Dios, el absoluto que entra en nuestras vidas no por categorías racionales ni por principios morales, sino por un salto angustioso de fe. No extraña que a Kierkegaard le persiguieran imágenes de pavor, miedo y temblor.
Fue otro filósofo, sin embargo, quien me abrió nuevas posibilidades. La profesora Eleonore Stump, que tiene la cátedra Henle en filosofía en Saint Louis University, ha hecho unos intentos innovadores en la interpretación de las sagradas escrituras. La profesora Stump se encuentra tan a gusto tratando el problema contemporáneo de mente-cuerpo como con el pensamiento medieval, y cuando ella considera las ideas de teólogos como Santo Tomás de Aquino, nos lleva al cruce de la filosofía y de la teología. En una ponencia reciente examinó la historia de Abrahán.
Stump sitúa el sacrificio de Isaac en el contexto de Sara, Agar, e Ismael. Recordamos que al llegar a los setenta, Saray no había dado a luz a ningún hijo. Entonces ella le ofreció a Agar, su criada egipcia, a Abrahán como esposa. Agar dio a luz a Ismael, fuente de alegría para Abrahán que ya tenía la avanzada edad de ochenta y seis años, pero representó una fuente de celos y resentimientos para Saray.
Trece años más tarde, Dios, mientras garantiza un destino provechoso y feliz para Ismael, le ofrece una nueva alianza a Abrahán, con la promesa de un hijo para Saray, a quien llamaría Sara a la edad de noventa años.
Sin embargo, a la hora de destetarle a Isaac, los celos de Sara acaban con ella, e insiste en que Abrahán les eche a Agar y a Ismael al desierto. A Abrahán le duele mucho pero confía en el consuelo de Dios que los dos sobrevivirían. Les da pan y un odre de agua, les despide.
Ahora la profesora Stump observa la ambivalencia de Abrahán al abandonar a su hijo querido Ismael en el desierto con poca protección y pocos alimentos. Es verdad que Abrahán sigue la voluntad de Dios, pero sin ninguna resistencia, confiando en el resultado feliz que Sara se complacería. Y el despido de Agar e Ismael podría ser nada menos que una traición terrible de confianza aún si se mitigara al suponer que Abrahán les informara de la promesa de Dios.
Años después, cuando Isaac llega a tener la misma edad que tenía Ismael cuando lo despidió, se quita la ambivalencia.
Con palabras y contextos semejantes al incidente con Ismael, vemos que Abrahán se encuentra otra vez en la misma situación de despedir al hijo a quien quiere. Esta vez, sin embargo, no hay consecuencias secundarias beneficiosas que puedan aliviar su dolor. Lo único que tiene Abrahán es su confianza en que Dios es bondadoso y que cumple sus promesas.
El propósito de la historia es averiguar si Abrahán cree que Dios es digno de su confianza. Se trata del estado de ánimo de Abrahán: si realmente cree las palabras de Dios, entonces sabe positivamente que “Dios proveerá.” Al estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, no se compromete ni pone en peligro a su hijo---si cree verdaderamente que Isaac es la promesa de Dios para las generaciones futuras. Con la fe, Abrahán sabe, “Aún si muere, vivirá.”
Bueno, sabemos que Isaac murió, pero no por la mano de Abrahán. Murió por la exigencia de la vida terrenal. Y sin embargo, Isaac engendró generaciones de gracia y plenitud.
No sé si he podido resumir fielmente las reflexiones de la profesora Stump, pero salí de su ponencia con un aprecio nuevo de la prueba de Abrahán. Si creo que Dios es bondadoso y que cumplirá con sus promesas, la prueba no es tan cruel ni irracional como pensé. Además, me parece que esta historia no sólo trata de la muerte de Isaac. Se trata de la muerte de todos nosotros.
Cada uno de nosotros tenemos que hacer el mismo sacrificio que Abrahán. Todos nos enfrentamos con la necesidad de dejar que se vaya la persona más querida, a la tarea más valorada, al éxito más deseado, a la alegría más profunda. Todo lo más apreciado, todo lo que Dios nos ha dado está sometido a la muerte: la muerte de todo y nuestra propia muerte.
El grano de la historia es éste: ¿Es Dios bondadoso? ¿Cumple Dios con sus promesas? Abrahán es nuestro padre en la fe porque representa el último acto de fe que todos nosotros tenemos que hacer. Nos enfrentamos todos con el sacrificio. Nos enfrentamos con la terrible renuncia de todo lo que valoramos.
Y nuestro Dios hace lo mismo. “Éste es mi hijo amado.” El “hijo único y engendrado” de Dios, un ser humano como nosotros, pasará por nuestras transiciones---hasta la transición de la muerte.
Dios lo prometió no solamente a Abrahán sino a nosotros también. Dios lo prometió a sí mismo.
“¿Es posible que Dios, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, no nos dé todas las otras cosas?”
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