Una gran oferta, la alianza de Dios con los seres humanos. Cabe en pocas palabras:
Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.
A cambio del gran amor de Dios, prometemos amar a Dios sobre todas las cosas.
Nuestros primeros padres tenían esta relación con Dios en el Jardín de Edén. Sin embargo, Dios observó agustiado cómo su libre albedrío, el regalo que él les había dado, de repente rechazó su amor.
A lo largo de la historia, Dios se empeña en volver a establecer la alianza, como vemos en la primera lectura para hoy. Afortunadamente, tras muchas negativas por parte de la gente, Dios eligió a un insignificante nómada que se llamaba Abrán y le hizo lo que pareció una promesa imposible:
Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.
Así será tu descendencia.
Y
Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber.*
Dios consideró que Abrán había sido fiel a la alianza. Eso significaba
- recibir el amor ofrecido (“Seré vuestro Dios”)
- depositar su fe en el Señor (“vosotros seréis mi pueblo”)
En el relato para este domingo, un antiguo culto sacrificial iba a tener lugar. Al atardecer, Abrán entró en un trance muy profundo. Una profunda y espantosa oscuridad lo envolvió. Un fuego pasó entre los animales que él había sacrificado. Dios habló, prometiéndole la tierra, “la tierra prometida,” para él y sus descendientes.
Eso simbolizaba la parte de la alianza que le correspondía a Dios.
La otra mitad dependía de Abrán y su esposa, Sara. Era más complicada. Al final, en su vejez, Abrán y Sara tuvieron un hijo (Génesis 18:10ff), y los descendientes de su hijo a veces mantenían la alianza—y otras veces no. Con los años, la alianza fue ignorada y olvidada por ellos.
Mucho más tarde, en el momento oportuno, Dios ideó una solución brillante, para decirlo así. En lugar de hablar desde el cielo o por medio de representantes, Dios mismo tomaría la forma de una persona sobre la Tierra. La segunda persona de la Trinidad sería el Mesías, el Cristo.
Este Cristo iba a ser el verdadero amor que Dios nos había proferado a lo largo de tantos siglos. Y fíjate que él era, al mismo tiempo, la respuesta amorosa del pueblo, ya que era completamente humano también. Piensa en eso: como Dios-hombre, Jesús podía unir las dos mitades de la alianza.
La transfiguración en el Evangelio para este domingo representa tanto la promesa como su cumplimiento. Los vestidos de Jesús brillaban de blancos--un eco del fuego en la Primera Lectura. De repente cae una oscuridad aterradora, como la que le había envuelto a Abrán. Y desde la nube se oye una voz que repite las palabras de la alianza:
Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo.
A través de la cruz y la resurrección, la alianza por fin se cumpliría—por parte de Dios y por parte de los seres humanos. El resultado: tú y yo ya no tenemos que ofrecer cada vez más sacrificios para ser fieles a la alianza. Solo tenemos que unirnos a Jesús en su respuesta amorosa al Padre.
¿Y cómo hacemos esto?
Empezamos el proceso con nuestro bautismo. Con cada Misa, cada eucaristía que recibimos, lo continuamos. Decimos “amen” a la alianza, tantas veces rota, pero establecida ahora para siempre como “la alianza nueva y eterna” de amor, la cruz y la resurrección, recibida en la Eucaristía.
Bienvenido a la Cuaresma
* La palabra “rectitud” significa algo parecido
a “santidad, o sea, “ser la persona que debes ser cuando estás con
Dios.”
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autor de esta reflexión:
Fr. Juan Foley, SJ