Aunque raras veces nos fijamos en ella, una gran paradoja perdura en nuestros ritos de cuaresma. Pasamos estas seis semanas bastante bien cada año; pero si nos detendríamos a pensar seriamente en lo que estaba pasando, nos parecería como si entrara en erupción un terremoto.
Considere nada más las imágenes y los temas de este período. La cuaresma comienza con las cenizas y una advertencia: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás.” Nos anima a arrepentirnos: hay algo que no está bien con nosotros y con el mundo. No estoy bien; tampoco está bien usted. No somos suficientes. Esta vida no es suficiente. Cada una de las seis semanas trae un profundo reconocimiento de nuestra ineptitud.
Estas realidades son difíciles para un mundo que suele funcionar con excusas y acuerdos entre la defensa y la parte acusadora. Sólo queremos admitir que nos hemos equivocado o tal vez que padezcamos de problemas de comportamiento. Pero, ¿admitir que tenemos problemas profundos? ¿Por qué? Todo el mundo sabe que no nos pasa nada tan terriblemente malo.
Hasta se ha cambiado la letra de algunos de nuestros himnos para aplacar nuestros frágiles egos. Me he encontrado haciendo lo mismo, al resistirme ante las admisiones de “Amazing Grace.” He pensado cambiarlo; algo así como “…dulce sonido que salvó a un buenazo como yo.” Ahora que lo pienso, me parece una exageración cantar que una vez estuve “perdido” y “ciego.”
La cuaresma termina con la celebración de un fracaso catastrófico que es igual de desagradable: traición, brutalidad, cobardía y degradación. Es verdad que se cambia radicalmente en un triunfo de alegría y de gloria, pero de una manera que va en contra de todas las leyes del sentido común. El muerto crucificado resucita, sus llagas gloriosas.
¿Cómo quiere humillarnos la cuaresma con tanto hablar de la misericordia, el perdón, la reforma y el arrepentimiento?
Nosotros aquí en el mundo real sabemos que todos nosotros somos de verdad gente amable. Es cierto que nos equivocamos de vez en cuando. Pero ¿quién nos echaría la culpa por nuestros errores? Y, desde luego, ninguno de nosotros merece tal cosa como el infierno. (Sé que, según los sondeos, la mayoría de los estadounidenses creen que existe el infierno, pero la gran mayoría no pueden imaginar permanecer allí.) Sin duda, no estaríamos tan desesperados como el drama de la cuaresma parece sugerir. Seguramente no hace falta que muera alguien por nuestros pecados. Algunos de nosotros ni siguiera entendemos lo que significaría un concepto tan raro.
¿Por qué necesitamos la salvación? Hasta incluso ¿por qué necesitamos a Dios, especialmente si tenemos el estómago lleno, la póliza del seguro pagada, y vivimos y morimos con la dignidad apropiada para seres que saben manejar bien sus vidas, pensar sensatamente y por lo menos somos de alguna manera inteligentes y productivos?
La cuaresma nos recuerda que nos conformamos con muy poco, esperamos muy poco de nosotros mismos y de Dios. Hasta las promesas terrenales que Dios le hizo a Abrahán le presentaron un desafío para su actitud normal y estrecha. Abrahán tuvo que mirar más allá de él mismo, al cielo y a las estrellas, para imaginar un futuro fuera de su entendimiento.
Cuando nos toca aceptar la cruz y la resurrección, nos obliga a ensanchar aún más los límites de la comodidad. Casi tenemos que convertir a la cruz en algo de rutina y sin interés ninguno. Va en contra de nuestra ilusión que las cosas van bastante bien y podemos continuar viviendo la vida como hacíamos antes.
¿Qué significa ser enemigo de la cruz? San Pablo dice que tiene algo que ver con considerar el estómago nuestro dios. Más al grano, quiere decir que estamos atados a las cosas de este mundo. “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas.”
Existe otro mundo, un mundo superior, un reino que no es de esta tierra. Hay otra persona aparte de nosotros a quien debemos esscuchar y obedecer, como es la Palabra de Dios, el nuevo legislador y profeta, aún más importante que Moisés y Elías. Hay más que nuestros cuerpos débiles y el polvo de donde se formaron. Nos esperan otros cuerpos, más espléndidos y gloriosos que los que tenemos ahora. No somos la última palabra. Tampoco lo es nuestra muerte.
La cuaresma requiere que nos separemos psicológicamente y tremendamente de nuestros prejuicios mundanos. A la mente materialista, esto no parece ser nada más que tonterías. Es una locura para cualquier persona cuya meta final es satisfacer los deseos físicos.
Pero el significado de la cuaresma reside en tal transfiguración de nuestros corazones y mentes. Sus expresiones y palabras requieren que creamos en algo, alguien, más allá de las estrellas y las sierras eternas para nosotros. Si no fuera así, la cuaresma sería una tontería.
Tal vez fuera por estas razones que San Pablo escribió a Filipia y a los habitantes de la tierra, “a quienes amo y extraño mucho, ustedes que son mi alegría y mi corona, manténganse así firmes en el Señor.” No en la tierra sino en el Señor.