En el evangelio vemos las bodas de Caná, una historia familiar para muchos. La boda a la que María y Jesús habían sido invitados y de paso, invitaron a los discípulos de Jesús. Y resultaron ser los mejores invitados de la historia.
En la primera lectura, el profeta Isaías tiene un lenguaje romántico de unión; de boda. Dios en Isaías, nos habla de su unión con su pueblo Israel. Este lenguaje coincide con el evangelio y las bodas de Caná. Dios es unidad y amor, Dios desea esa unidad y amor con nosotros y Dios celebra y se regocija cada vez que nos unimos y nos amamos.
Ahora, la carta de Pablo en primera de Corintios, nos habla de los dones del Espíritu. Los regalos de Dios a nuestra vida, su propósito y cómo se manifiestan. Pablo dice que se manifiestan, porque nos hacen bien a todos. Cuando el don de Dios se manifiesta en nuestras vidas, todos los que están alrededor de nosotros se benefician. Ese beneficio es una señal de que Dios se está manifestando en nuestras vidas.
¡Qué ejemplo tan hermoso de esta manifestación, que en las personas de María y de Jesús en las bodas de Caná!
En el relato, mencionan primero a María y esto nos indica que esta familia era muy cercana al corazón de María; que María los quería mucho.
Caná quedaba al norte de Nazaret. No quedaba tan lejos de donde ellos vivían. Lo característico de Israel era que mientras más al norte se viajaba, más sencilla y pobre la gente era. Las familias ricas, usualmente vivían cerca de Jerusalén.
Sabemos que las bodas son caras, hoy en día. Imagínense una celebración de boda que podría durar unos siete días. Así eran las bodas en los tiempos de Jesús. Había que proveer comida y bebida a los invitados por varios días.
Por eso esta familia tenía un reto muy grande, al celebrar esta boda.
Mi personaje favorito en esta historia es María. Porque ella no se conforma con ser simplemente una invitada, ella estaba sensible y pendiente a los anfitriones y a todo lo que estaba pasando. Y así pudo darse cuenta de las necesidades de quienes la rodean. Por eso, se da cuenta que a esta familia se le había acabado el vino. María no espera a que alguien lo anuncie públicamente, ella se da cuenta. Y esto, precisamente, es lo que pasa cuando una persona ama, está pendiente. Y es ese amor, el don que nos impulsa a anticipar las necesidades de quienes nos rodean. Es un don que no espera a que vengan a pedirnos ayuda. Dios nos mueve y nos da la iniciativa de acercarnos a los demás y asistirlos, ayudarlos en lo que esté a nuestro alcance. María anticipó la necesidad de esta familia, impulsada por su amor a ellos, y se acercó a su Hijo para pedirle ayuda.
Jesús, en ese momento, estaba en reclutamiento; no había comenzado su ministerio público. María le pidió a Jesús ayudarles, y en eso, le pide algo aún más grande: que comenzara su ministerio público allí en ese momento; que les diera a todos los presentes una señal de que el Mesías estaba entre ellos.
La fe judía estaba familiarizada con el símbolo del agua, como símbolo de vida y de muerte, como en la historia del arca de Noé. Y también estaban familiarizados con el vino. Sale múltiples veces en el Antiguo Testamento. Formaba parte de ofrendas y celebraciones. Símbolo de regocijo, de banquete, de abundancia.
La figura mas importante para ellos, hasta el momento, era Moisés, el libertador del pueblo de Israel del yugo de la esclavitud en Egipto. Moisés, en una ocasión convirtió agua en sangre, como una lección para el faraón. En esta ocasión, Moisés convierte el agua en una señal de muerte.
Jesús, convierte lo que ya consideran como fuente de vida, el agua, en vida abundante, en regocijo, en fiesta.
Con esto, anticipa nuestro regalo de salvación. No viene a darnos vida, sino vida eterna.
Las seis tinajas que Jesús utilizó, que estaban llenas de agua y las convierte en vino, eran tan enormes que se dice, pudo haber emborrachado a toda Caná y hubiera sobrado.
Cuando Jesús nos da, nos da en abundancia. En mi pueblo dirían que de la manera que Jesús nos da, ¡está pasao! Jesús no solo nos da en abundancia, sino que nos da lo mejor. Es esta la reacción del mayordomo cuando prueba el vivo, quien reconoce que no es simplemente bueno, es el mejor que jamás haya probado.
De la misma manera, nosotros tenemos vida y Jesús nos invita a todos a confiarnos en sus manos. No solo para que tengamos vida, sino vida abundante. Que nuestra vida se vuelva un don para todos los que nos rodean.
Porque el don del Espíritu de Dios se desborda y se confirma cuando beneficia a los demás.
Pensemos un segundo:
Prestemos atención a nuestra agua, a nuestra vida. ¿Qué elementos de nuestra vida diaria necesitan vigor, necesitan regocijo o salir un poco de lo ordinario? Quizás hay elementos que no disfrutamos tanto: nuestro trabajo, nuestro ejercicio, nuestros estudios, nuestro cocinar y alimentarnos. Entonces, pensamos en los elementos de nuestra vida que deseamos que Jesús transforme.
Ahora recordemos algo importante,
María y Jesús estaban presentes en la boda porque la familia ya los había invitado, ya los amaban y los incluían en los momentos más importantes de sus vidas.
De la misma manera, invitamos a nuestra vida a quienes amamos y queremos mantener una relación de amor y cariño con ellos. Y en esa relación, en ese compromiso de amor, es que el Espíritu actúa.
Entonces, tenemos el llamado a cultivar esa relación amorosa con María y con Jesús. Una vez los invitamos a nuestra vida, tenemos por seguro que ellos van a estar pendientes a nuestras vidas y va a asegurarse de transformarla.
Dios me los Bendiga a todos y Seamos Santos.