Isaías no es el único profeta que nos da una imagen de nuestra relación con Dios como un amor de alianza. El Yavé de Oseas será “tu Esposo para siempre, con ternura.” Ezequiel cuenta una historia maravillosa de cortejo, traición, y de perdón redentor para explicar el compromiso que tiene Dios con Israel.
Pero Isaías va más allá que los otros. Nos presenta una verdadera celebración de una boda: la relación de Dios con Israel, con nosotros, es una alianza eterna de amor y de fidelidad. “Te llamarán a ti ‘Mi delicia en ella,’ y a tu tierra ‘Desposada.’ Porque en ti se complacerá Yavé, y será el esposo de tu tierra. Como mancebo que se desposa con una doncella, tu Creador se desposará contigo. Y como el esposo se deleita en su esposa, así se deleitará tu Dios en ti.”
Así, a lo mejor no sea casualidad que la primera señal milagrosa narrada en el cuarto Evangelio tiene lugar en una boda en Caná de Galilea. No sólo bendice la alianza del matrimonio con su presencia; Él personalmente eleva la celebración. Motivado por su madre que le informa con insistencia que no queda vino y que les pone sobre aviso a los que están sirviendo que hagan “lo que Él les diga,” Jesús convierte el agua de seis jarras de barro en vino.
Y es vino bueno. “Todos sirven primero el vino bueno, y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor.” Esta primera señal de Jesús reveló su gloria, y desde entonces en adelante sus discípulos creyeron en Él. La gloria revelada es de un gran Dios de transformaciones, un Dios que toma de esposa a una simple criatura, que llega a ser nuestro alimento y bebida como si fuera nuestro pan y vino.
Tenemos un Dios que convierte nuestro cuerpo en un templo de carne y hueso donde vive la vida divina. Somos nuevas arcas de la alianza con Dios.
Desde luego, Jesús mismo es la mayor señal de todas. Él, en un mismo cuerpo, Dios verdadero y hombre verdadero, es la alianza del cielo y de la tierra. Es el casamiento de Dios y la carne. Es por ÉL que cada nuevo bebé después de la navidad lleva el mismo Espíritu en el que Dios les llama a cada uno, “Mi delicia, mi alegría, carne de mi carne, mi esposa.” Gerard Manley Hopkins lo describe así en el poema “As Kingfishers Catch Fire”
Porque Cristo juega en miles de lugares,
con miembros hermosos, y precioso ante ojos que no son suyos.