Un hermano jesuita muy humilde falleció hace varios años. Se llamaba Julius Petrik, pero desde siempre lo conocíamos como el Hermano Petrik. Lo extraño. Tenía una presencia tranquila y modesta, que sentí desde mis primeros tiempos con los Jesuitas, cuando yo era muy joven. El Hermano Petrik no llamaba nunca la atención. Se esforzaba para evitarla.
Compuse las siguientes reflecciones tras asistir a su funeral, que se celebró sólo unos días antes del trigésimo domingo del Tiempo Ordinario, con las mismas lecturas que vamos a oír hoy. Lo describían a la perfección. Tenía 94 años, y en el mejor sentido de la palabra, era un hombre ordinario.
En cierto sentido, nunca llegué a conocerlo, tal era su silencio. Sus ojos afectuosos siempre miraban el suelo, realizaba sus quehaceres sin quejarse y–por mucho tiempo, quizás siempre–comía solo. Supongo que algunos le dirían “todo un personaje,” o lo tacharían de patológicamente tímido.
Hablo de este buen hombre no para señalarle, algo que no le habría agradado, sino porque siento que tengo el corazón más contento debido a mis interacciones con él. En resumidas cuentas, Julius era un hombre humilde. Sus oraciones seguramente habrían llegado a Dios. Servía de buena voluntad.
Creo que este tipo de humildad es la clave de las escrituras para este domingo. Escucha lo que dice la primera lectura:
Quien adora a Dios con buena voluntad será protegido,
y su oración llegará hasta las nubes.
La oración de humilde traspasará las nubes,
y no descansa hasta llegar a Dios.
ni se retira hasta que el Altísimo fija en ella su mirada.
Y el Señor no dará largas, sino que vengará a los justos,
y hará justicia.
¡La oración que traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a su meta! Estas palabras me hacen pensar en el poder: el que pueda hacer llegar por la fuerza sus oraciones al cielo seguramente recibe todo lo que desea.
Por lo menos, es una tentación pensar así. Pero veamos. La oración que llega al cielo es la del humilde. Se encuentra ante el trono del Señor no porque sea poderosa o insistente sino porque personifica el espíritu silencioso de la verdad. Susurra sus necesidades sencillas al oído del único que las puede satisfacer. No tiene ningún motivo escondido.
Para ti, ¿cuál de esas dos personas encarna ese tipo de humildad? ¿El fariseo?
¡Oh Dios! te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano.
O el publicano:
¡Oh Dios! ten compasión de este pecador.
Ya sabemos lo que opina Jesús. En el Evangelio el Señor dice, “Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Fueran lo que fuesen las luchas interiores que enfrentaba el Hermano Petrik, le doy gracias a Dios por haberme bendecido con su amor benévolo, tímido y humilde.
Me gustaría ser como él.
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Fr. Juan
Foley, SJ