Desde la niñez, todos hemos sabido de las dos tablas de la ley de Alianza. Por separadas eran tres reglas importantes para Dios y siete necias para el prójimo.
Todos supimos de la importancia de la primera tabla. Esa tabla desobedecida, con sus prohibiciones en contra de la interpretación de las cartas, la omisión de la misa dominical o el uso del nombre de Dios en vano, nos dejaría abandonados en callejón como la comida de los perros.
Hubo también la otra tabla con sus siete números. Seguramente, ésa representaba menos castigo que la primera. Maltratar sus normas no sería un pecado, sólo un error.
Durante mis años en Panamá, era claramente un pecado no pagar la manda del lechón asado para la fiesta del santo patrón, pero era sólo un error partir el cranio a otro festejero con una botella.
Engañar a la mujer o al marido sin que nadie lo supiera, no sería un pecado, sólo un error, ¿verdad? ¿Seguramente, tomar una caja de cerveza con los amigazos de la vida cada fin de semana no representa una falta de respeto por la mujer y los hijos, sino el derecho de cada cual a escoger sus propias irresponsabilidades entre tantas posibles.Jesús nos presenta otra idea. "Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón...Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay ningún mandamiento más importante que estos."
En los libros del Deuteronomio o Exodo, las leyes aparecen en dos tablas, pero esto no tiene que ver con una separación entre las dos.
Las facturas con que cancelamos nuestras cuentas traen siempre una copia de archivo y otra que se devuelve con el cheque del pago.
Las alianzas entre reyes y pueblos súbditos requerían tres copias de las condiciones del acuerdo: una para quien lo había iniciado, otra para el pueblo del acuerdo y una tercera para ser archivada debajo del altar del templo, en un arca celebrador de la alianza. En el caso de la alianza entre Dios y un pueblo, no hace falta la copia para Dios. El es siempre fiel y por esto, sólo hay dos copias. Nunca hubo tal separación entre una tabla, haciendo referencias con respecto a Dios y otra, hablando del amor al prójimo.
Las palabras de Jesús nos recuerdan de esto. Amamos a Dios sólo si respetamos al prójimo. La segunda tabla es el espejo de la primera. Juan nos dice: “...porque quien no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo” (1Jn 4:20). Mateo borra la polarización popular entre Dios y el prójimo cuando, con su parábola final, Dios se identifica con los hambrientos y sedientos, con los desnudos y encarcelados: “Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos tan pequeños, lo hicieron conmigo” (Mt. 25:40).
Si esto es así, ¿qué pasa con nosotros que venimos a misa sin ver a los que caminan a nuestro lado? ¿Cómo respondemos a las familias hambrientas del barrio? ¿Cómo es que se permite la falta de planificación y presupuesto estatal que deja sin educación a la mayoría de nuestros hijos? ¿Qué lugar habrá para nuestros hijos cuando se llenan los llanos, montañas y valles del excremento nuclear y petrolero procedente de las plantas de energía?
Parece conveniente para nosotros ver, no una tabla con su copia, sino dos tablas separadas y desiguales. Pero nuestra visión de la Alianza no es la de Dios. No nos queremos reconocer como el único templo del Espíritu Creador y Liberador, con su amor y promesas grabados, no en tablas de piedra, sino en nuestra propia carne.
Quizás ha llegado la hora de poder darnos cuenta del Dios que nos
relaciona amorosamente con el prójimo, la familia y los amigos, con
las tribus y pueblos que nos han dado vida como también con los con
quienes hemos escogido vivir. No habrá, entonces, dos tablas separadas
de la ley ni tampoco una supuesta reunión con Dios sin habernos
juntado también y primero con las personas que Dios mismo nos ha
invitado a amar.