“Señor que amas la vida…”: palabras utilizadas por el libro de la Sabiduría para hablar a Dios. Así comienzan las lecturas de este domingo trigésimo primero del Tiempo Ordinario. Nos dice cómo nos ama y considera Yavé. El que está más allá de toda vida y amor nos sostiene a nosotros. Estas frases destruyen la prédica de los que hablan de los últimos tiempos como una época de desastre y muerte. No habrá ningun momento cuando unos se salvan y otros no.
Yo no creo que Dios seleccione entre los seres humanos para salvar a algunos y dejar a otros. Si se salva uno, todos se salvarán. Es posible que haya un infierno, pero me parece que no tendrá población porque Dios es mucho más inteligente que nosotros y Jesús mismo nos dice que el Padre quiere que “no pierda nada de lo que él me ha dado … .” (Juan 6:37-40)
También, como nos dice el libro de la Sabiduría, para Dios la vida tiene más importancia que la muerte y debemos dedicarnos a nuestro propio bien y al bien del prójimo. Dios nos invita, no a esperar su reino después de morir, sino a vivirlo por adelantado y así celebrar sus valores de justicia, amor y compasión ya aparecidos en Jesús resucitado cuya vida compartimos.
Lo que Dios puede querer en otro planeta no es nuestro problema. Somos de este planeta de agua, arrimados a una estrella mediana de la Via Láctea, una galaxia pequeña un poquito lejos del principio y el fin de los tiempos.
La segunda carta a los tesalonicenses, no escrita por San Pablo, sino por alguien que quería dedicarsela a él, nos prohibe hacerle caso a los predicadores que insisten en cataclismos para esta última época de la historia. Aunque un ángel nos pronostique un fin horroroso, no debemos aceptarlo. El fin del mundo no es nuestro problema. Pero preservar la vida del planeta para nuestros nietos, sí es nuestro problema. La carta nos explica la importancia de todo lo que la vida hace en el mundo y lo que la fe nuestra produce de esperanza. Sólamente así se glorificarán Jesús y el propósito de Dios.
Hace muy poco tiempo los eventos nos han convencido que la seguridad personal es una ilusión. Ha sido difícil para nosotros aprender que no somos inmunes ni del terrorismo ni de sus consecuencias. Esto a pesar de conocernos ya como una especie muy peligrosa para los demás especies y también para las personas que comparten la nuestra. Si seguimos como andamos, en los próximos diez años destruiremos más de mil especies en el planeta. ¡Qué lugar más aburrido será un mundo sin iguanas, alacranes, atún y violetas que llenan nuestra vista y oído de su variedad de formas, sonidos y colores!
La tercera lectura nos explica cómo nuestra espiritualidad comienza en la soldaridad entre todos. Jesús inicia la conversión de Zaqueo, llamándolo de su lugar de espectador a una actitud de ministerio activo. Jesús se invita a la casa y mesa del banquero, pero antes de poder ponerle condiciones, Zaqueo le adelanta diciendo que dará la mitad de sus bienes a los pobres y, si haya defraudado a alguien, le devolverá cuatro veces lo que le hubiera quitado. Lucas escribe estos detalles porque así tenían que hacer los catecúmenos de Asia Menor.
La solidaridad con Cristo asume la solidaridad con la comunidad que hace a Cristo presente en la sociedad. Si no estamos dispuestos a compartir la vida con los demás, nuestra oración y acción en el mundo no tendrá su fruto debido. Esto es lo que la Iglesia ha querido decir cuando ha insistido que no hay salvación fuera de la Iglesia. Nos llegamos a ser cristianos porque hay una relación totalmente vertical entre uno y Jesucristo. Somos una comunidad que pretende ser, no toda la comida, sino sólo la sal que le da sabor. No somos el ambiente sino la luz que lo alumbra para que nadie se tropiece. Debemos ser el sacramento del Dios, el amor absoluto e incondicional, dando abrigo y asilo al prójimo que no los tiene.
Zaqueo dio la mitad de sus bienes a los pobres, guardando algo para la segunda colecta. ¿Qué de nosotros? ¿Estamos tan inseguros que no queremos compartir con los demás? Por medio de la Encarnación, el Verbo de Dios se identificó con nosotros; ¿estamos dispuestos a identificarnos también con Dios y su agenda o no?