C. S. Lewis escribió El gran divorcio como refutación a todos los que piensan que el cielo y el infierno no son radicalmente incompatibles. El libro de Blake que se titula El matrimonio del cielo y del infierno nos sugiere, asegura Lewis, que el bien y el mal son de alguna manera borrosos. Al menos no son contradictorios. Pero para Lewis no era así. Uno puede arrepentirse del mal, pero el mal nunca puede evolucionar a ser bien.
Nuestro destino es una cuestión de blanco o negro, se trata de dónde nuestro corazón encuentra su tesoro final. Más precisamente, ir al cielo o al infierno es el resultado de cómo nos definimos mientras estamos en la tierra. Puede haber un gran divorcio entre el cielo y el infierno, pero hay una gran unión entre nuestra vida en la tierra y nuestro destino eternal.
La historia de los siete macabeos y su madre nos dice mucho. Estos hermanos fueron arrestados y torturados hasta la muerte. Uno de los hijos, a quien le arrancaron la piel mientras estaba vivo, les dijo a los torturadores, “nos quitas la presente vida, pero el Rey del mundo nos resucitará para siempre.” Otro hermano, antes de que le cortaron la lengua y le descuartizaron el cuerpo, proclamó que moría con la confianza de “recobrarlo entero.” Aún otro encontró el valor en la Providencia Divina, por “las promesas de Dios de ser restaurados.”
Los macabeos llegaron a ser al morir, para toda la eternidad, lo que más amaban. Tal como murieron, así vivirían eternamente, con amor y fidelidad. Por esto su madre los podía animar:
No me explico cómo nacieron de mí; no fui yo quien les dio el aliento y la vida; no fui yo quien les ordenó los elementos de su cuerpo. Es el Creador del mundo, ordenando elproceso del nacimiento del hombre y presidiendo sobre el origen de todas las cosas, quien en su misericordia les devolverá con toda seguridad el aliento y la vida.
La vida después de la muerte también les inquietaba a los saduceos,
quienes no parecían creer en la resurrección de los muertos, cuando
le hicieron una pregunta a Jesús. Un hombre muere, dejando a su
viuda. Su hermano se casa con ella. Se repite la situación
hipotética hasta que se han casado siete hermanos con la mujer. Los
saduceos quieren saber quién va a ser su esposo en el cielo
“ya que los siete se casaron con ella.”
Cristo responde que en la vida del más allá no habrá matrimonio.
“Serán como los ángeles porque ya no pueden morir. Dios no es
Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos ellos
viven.”
Pero una pregunta queda por contestar. ¿Cuál es la relación entre la vida de la resurrección y la vida actual? ¿Cuál es la conexión?
Algunas personas (podríamos llamarles “dualistas sobrenaturales”) parecen pensar que existe una discontinuidad profunda entre esta vida y la vida del más allá. Debemos eligir entre estar contentos en este mundo o en el próximo. Uno podría pensar irónicamente que vivimos un infierno hasta llegar al cielo: miseria, tristeza, y falta de realización ahora, pero grandes recompensas después. Esta vida es la peregrinación, el valle de lágrimas, la prueba. La próxima vida trae un inversión de circunstancias.
Otros (podríamos llamarles humanistas naturales) parecen estar de acuerdo que hay una diferencia radical entre la tierra y el cielo. Pero dicen que debemos elegir la tierra. Como propone “El manifesto humanista,” debemos vivir esta vida sin el apoyo celestial y las promesas de recompensas. En las formulaciones más fuertes, la actitud naturalista considera el cielo como “castillos en el aire,” o, como un alborotador bien conocido ha dicho, “el opio de las masas.”
Sin embargo, hay una tercera opción. ¿Y si no hay ninguna discontinuidad entre esta vida y la vida de más allá? ¿Qué pasa si sólo hay vida, parte de ella eterna, otra parte temporal? Si es así, entonces la manera en que vivimos ahora es la manera en que viviremos siempre. La manera en que vivimos es la promesa de nuestro destino.
Con esta alternativa, Dios no nos amenaza con el infierno. Nosotros lo creamos para nosotros mismos por las opciones que elegimos: encerradas, egocéntricas, falsas, indiferentes, frías. Esta es una existencia terriblemente cruel, tanto si es en esta vida o la próxima.
Por consiguiente, como vivimos y morimos, así llegamos a ser para siempre, fuera de los límites del espacio y del tiempo. Puede que no haya matrimonio en la próxima vida, pero existe el cumplimento de lo que hemos llegado a ser. Todos nosotros, desde el momento que comenzamos, somos dotados de una actitud receptiva ante Dios. Pero nosotros los que vivimos el tiempo suficiente para ejercer nuestra libertad participamos realmente en determinar nuestro final.
Como los macabeos, llegamos a ser lo que más amábamos, creíamos y esperábamos.
De este modo, la parábola fascinante de Lewis, El gran divorcio, es una historia de unas personas que se enfrentaron con las opciones más significantes que hicieron. Los que se aferran a sus temores, se agarran desesperadamente a los resentimientos, se niegan a librarse de sus prisiones, sólo pueden recibir lo que piden sin cesar. Sin embargo, los que dan la vida con esperanza y confianza, se lanzan a los brazos del Dios viviente, sin hacer caso a la verguënza o la tristeza, encuentran lo que deseaba el corazón.
Encuentran no sólo las gracias de la tierra y las caras de la gente amada, sino también Aquél en quien vivían, se movían y existían.