Domingo > Reflexiones en español > Reflexiones > La Palabra que nos compromete
La Palabra que nos compromete
Trigésimo Tercero domingo
del Tiempo Ordinario C
17 de noviembre, 2019
John Kavanaugh, SJ

El final de los tiempos
“El día vendrá.”

Devastación. Ruina. Vacío. ¿Es así el destino de la tierra? ¿Tenía razón Bertrand Russell cuando profetizó que nuestro origen, desarrollo y maduración llegarían a ser nada? Una filosofía sincera, aseguró, no podría negar razonablemente que “ningún fuego, ningún heroísmo, ninguna intensidad ni de pensamiento ni de sentimiento puede preservar una vida individual más allá de la tumba. Todos los esfuerzos de los siglos, toda la devoción, toda la inspiración, todo el esplendor radiante del genio humano se destinan a la extinción en la muerte vasta del sistema solar.” El gran templo del éxito humano llegará a reducirse a los desechos de la ruina universal.

Russell fue un profeta sin salvador, una mente apocalíptica que no podía imaginar una segunda venida gloriosa. El profeta Malaquías, siglos antes, predijo la misma ruina, el alto horno global en el cual todo orgullo y todo mal se reducen a escombros, donde los tumores cancerosos se arrancan y se queman. Pero Malaquías tenía esperanza; confiaba en el Dios que prometió un nuevo sol de justicia con sus rayos sanadores.

Mientras nos tambaleamos hacia el año 2000, una compañía de profetas entrará al gran escenario. La literatura apocalíptica disfrutará un boom, aunque no estalle la tierra. Las películas, los libros de autoayuda, practicantes falsos de “religionería,” los best sellers, y los programas de entrevistas se entusiasmarán. Pero no será nada nuevo.

Cada día es el último. Cada tiempo es el último.

En el evangelio de San Lucas, Jesús mismo vio un futuro terrible, un día cuando ni siquiera una piedra de nuestro templo humano quedará encima de otra. Nos advirtió de las señales. Habrá guerras y rebeliones. Las naciones lucharán a muerte. Las tribus, los pueblos, y los clanes chocarán. Protestará la tierra con fuertes terremotos, los sistemas biológicos engendrarán pestes y hambres. Se llenará el cielo de augurios. Finalmente, habrá oposición y aún persecución a los que creen en Jesucristo.

Yo, sin embargo, tengo una pregunta para el Señor. ¿Ha existido alguna vez una época sin tales dificultades y confusión? ¿Qué siglo no ha sufrido guerras? ¿Qué país no ha intentado intimidar a los demás para llegar a la supremacía—si no para ganar una victoria militar, por lo menos para alcanzar otra victoria de clase más respetable? ¿Cuándo no nos ha acosado una vida maligna o cuándo no nos han abatido los poderosos movimientos de la tierra y del mar? Y ¿ha habido alguna época cuando no se han burlado de o rechazado a un cristiano fiel, sea por los amigos, la familia o el gobierno?

Sólo quería saberlo.

Pero Cristo, parecía anticipar nuestra pregunta al ofrecernos este consejo: “No se inquieten … Es seguro que estas cosas ocurrirán.” Están destinadas a suceder. La vida es así. No está hablando del final de los tiempos, sino de las condiciones de cada época.

Creo que hay por lo menos una interpretación de la literatura apocalíptica (una mucho más sólida que los anuncios interminables del fin del mundo, basados en interpretaciones ocultas de las sagradas escrituras) que interpreta tales pasajes como revelaciones no tanto de lo que vendrá, sino de lo que existe ahora.

Cada día es el último. Cada tiempo es el último. Cada ser humano se enfrenta con el fin del mundo durante su período de vida, tanto si llega a los ocho minutos como a los ochenta años. El mundo, con sus oportunidades y sus pérdidas, se va para nosotros cada noche. Cada puesta de sol anuncia el fin del día que nunca volverá. Cada muerte de un ser humano, como Russell reflexionó, es el telón que baja después de un drama que no se volverá a representar, que, sin Dios, es lo mismo que una tragedia. Cada generación, de alguna manera, es la última, la conclusión. Y cada generación, como cada muerte y cada día, es testigo de las señales del fin de los tiempos.

Todo lo que Jesús predijo ha tomado ya lugar y sigue sucediendo y continuará a pasar. No hace falta esperar que llegue el milenio o acudir a los pronósticos de Nostradamus para descubrir el misterio. La vida misma es el misterio, el gemir fuerte de la creación que encuentra su significado sólo en la esperanza.

Russell lo sabía. Y como no tenía esperanza, veía toda la historia humana, a la larga, como una broma cruel.

Para los que tienen esperanza, es lo contrario. Como escribe San Pablo en su carta a los romanos, ese gemir de toda la creación es un acto de dar a luz. “Nosotros mismos, gemimos interiormente, mientras aguardamos la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza estamos salvos.”

Y así Cristo nos aconseja que no nos sorprenda nuestra condición. No sigan ni a los mesías falsos ni a los pronosticadores fáciles. Se ofrecerán palabras y sabiduría. En toda la confusión de nuestros días, de nuestra generación, de nuestra especie, no se asegura la muerte, sino un nuevo nacimiento salvador. De alguna manera final, “No se perderá ni un solo cabello de su cabeza.” La vida se salvará con una resistencia paciente. Esperamos, entonces la llegada. “O ven, o ven,” será nuestra oración.


John Kavanaugh, SJ

El Padre Kavanaugh fue profesor de Filosofía en la Universidad de San Luis, Missouri. Su prematura muerte ha sido muy dolorosa para todos aquellos que le tratamos en su vida.



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org