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Sintiendo y Pensando en Fe
Tercer Domingo de Adviento
11 de diciembre, 2022
Sindy Collazo

¿Es Jesús a quien espero o necesito otra cosa en mi vida?

“Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mi.”

Nuestra vida se sostiene con esperanza. La esperanza en sí es una espera. Vivimos nuestra realidad y tenemos la fuerza para lidiar con las dificultades de nuestra vida diaria con la esperanza de que nuestra paciencia durante nuestros momentos difíciles será recompensada.

Nuestra espera; nuestra esperanza en el Adviento, tiene como figura central a Jesús. Él es la solución de todos nuestros problemas y la salvación para todo lo que está roto, incompleto e insatisfecho. Tener la certeza de que es precisamente Jesús a quien necesitamos nos llena de gozo; nos llena de alegría; nos llena de la paciencia que necesitamos para las luchas diarias; nos llena de fortaleza.

El Adviento nos invita a regocijarnos con nuestro Dios de las sorpresas.

¿Aceptamos a Jesús como ese que nuestra vida espera y necesita? En parte vale la pena de vez en cuando hacernos esta pregunta porque una vida de fe, como dice Primera de Pedro, consta en buscar constantemente la razón de nuestra esperanza. Sabemos que la respuesta es Cristo, pero todos necesitamos confirmaciones en nuestra vida de fe, necesitamos de vez en cuando tener una que otra señal que confirme nuestra esperanza. 

Es por eso por lo que hasta Juan el Bautista pide ese tipo de confirmación. Cuando él manda a preguntar:  “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

Al igual que nosotros Juan también necesitaba una confirmación. Él sabía que iba a morir; él sabía, estando encarcelado por el rey, que no le quedaba mucho tiempo. Juan estaba dispuesto a pasar por dificultades, sufrimientos y hasta por su martirio, siempre y cuando tuviera esas confirmaciones de su esperanza.

Me encanta la manera en la cual Jesús le responde, porque las señales que Jesús le envía; las confirmaciones que Jesús le envía son tan cotidianas y a su vez le está diciendo a Juan que confíe en los otros profetas que vinieron antes de él, quienes estaban llenos de esperanza y que trajeron el mensaje de salvación.  Cuando Jesús dice: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres se le anuncia el evangelio.”

En otras palabras, Jesús le está diciendo a Juan: recuerda a Isaías; recuerda lo que Isaías dijo. “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mundo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor.”

Con cada esperanza, también vienen las expectativas. Nuestra vida está llena de expectativas.

Pocas veces voy a restaurantes caros. Una vez una persona me regaló una tarjeta de regalo con un certificado de un restaurante que honestamente yo nunca voy. Pero me animé con la oportunidad de poder experimentar la cocina de ese restaurante. Obviamente mis expectativas eran grandes. Por afuera el lugar era hermoso, por adentro la decoración impresionante y el servicio muy bueno, cuando llega la comida no me gustó. Me sentí un poquito defraudada por mi experiencia en el restaurante.

El pueblo de Israel y hasta Juan mismo estaban llenos de expectativas. Y Jesús probablemente iba a ofrecerle algo completamente diferente a lo que ellos esperaban. Porque precisamente ellos no habían conectado los puntos que le permitirían descubrir el significado del profeta Isaías. Por eso es por lo que Jesús trata de conectar a Juan con el profeta Isaías. Jesús sabía que iba a sorprender un poco las expectativas cuando le dice a Juan: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí.”

Si esto pasó con Juan, también pasa con nosotros. Y es que aun conociendo a Jesús; aun conociendo el mensaje de salvación; aun creyendo que Jesús es el hijo de Dios, todavía Jesús nos sorprende y rompe nuestras expectativas. Rompe con aquello que esperamos. De lo que Jesús desea salvarnos y como Jesús se manifiesta en nuestras vidas es usualmente en donde menos lo esperamos.  ¿Quién buscaría al Mesías en un pobre bebito dentro de un pesebre?

Esta experiencia se repite una y otra vez en nuestras vidas. El Adviento nos invita a regocijarnos con nuestro Dios de las sorpresas. Dios nos quiere bien despiertos, para darnos cuenta cuando recibimos confirmaciones de qué es precisamente Jesús el que esperamos. Y es que, para recibir las señales de nuestra esperanza, tenemos que ser capaces de activar nuestra capacidad de sorprendernos y de reconocer que Jesús siempre rompe nuestras expectativas. Así como el vino pequeño, se sigue manifestando en lo pequeño. “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí.”  

¡Alégrate y búscalo ... está cerca!  Regocíjate...verás la gloria de Dios.

Porque es Jesús el que espero y me llena de gozo no necesitar otra cosa en mi vida.

Dios me los Bendiga y Sean Santos.



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org