En St. Louis hay algunos semáforos que tardan mucho en cambiar. Al llegar yo, cambian a rojo. Miro mi reloj para ver por cuánto tiempo esa luz imponente ejercerá su poder. A veces permanece en rojo por--fíjate en esto--un minuto y medio. ¡Una eternidad! Llego tarde y tengo prisa, y un aparato mecánico proclama, “No, no, no, no puedes pasar” Esto a pesar de que no hay tráfico y no veo la necesidad de parar.
¿Te parezco impaciente? Lo soy. Y quiero ser paciente. Lo quiero especialmente en esta época de Adviento. Quiero que el desierto y el yermo se regocijen. Quiero que florezcan con flores en abundancia, y no con sangre. ¿Y tú no deseas impacientemente lo mismo?
Quiero la paciencia, y la quiero ya.
La paciencia pregunta, “¿Te preocupas sin cesar sobre el futuro? Detente, mira a tu alrededor, vive.” Esto es muy difícil de hacer en la actualidad.
Jesús era paciente. Pasaron eones hasta que naciera él al mundo. Se amamantaba en el pecho de María hasta saciarse. Esperaba a que lo hicieran suavemente eructar. Y piensa en sus años como carpintero. El hijo amado de Dios, haciendo una silla. Y después otra.
María también era paciente. Su intimidad con Dios durante toda su vida, su aceptación, sus nueve meses, sus días a su lado, su lugar junto a la cruz. En el momento de la anunciación, ella no exigió ni garantías ni seguridad. Ella puso su confianza en Dios; no le dio ningún ultimátum.
Maneras maravillosas de comportarse.
Todos nosotros sabemos por qué necesitamos la paciencia en nuestra vida. Es una virtud. Es amable. Toda la buena gente la tiene. Los malvados no. Es una ayuda para los demás. Jesús era paciente. María era paciente, Dios es paciente. ¿Por qué no podemos tú y yo ser pacientes? Parece que de hecho somos impacientes sobre la paciencia.
Compara mi descripción del semáforo con esta descripción del labrador en la Segunda Lectura:
El labrador aguarda paciente
el fruto valioso de la tierra,
mientras recibe la lluvia temprana y tardía *
¿Notas la diferencia? El hombre que labra la tierra está quieto, contento de esperar. Confía en que, cuando las condiciones estén adecuadas, su espera dará fruto.
Yo percibo aquí otra cosa también, y me ayuda. La humildad. Ser humilde es ser exactamente quién eres, ni más grande ni más pequeño. Adquirir esta actitud toma su tiempo, pero vale la pena.
En un poema famoso, Percy Bysshe Shelley describe todo lo contrario, un monarca temible del pasado. Las siguientes palabras se encontraban escritas en un pedestal caído en el desierto:
“Soy Ozymandias, rey de reyes:
¡Miren mi obra, o poderosos, y desesperen!”Alrededor de aquella ruina colosal ya no queda nada,
las arenas solitarias e ininterrumpidas se extienden
hasta el infinito.**
Los seres humanos tenemos que llegar a ser lo que de veras somos: pequeños. Esperando, encontramos que, aunque somos pequeños, todavía se nos concede el don de abertura a la presencia tangible y consoladora de Dios. No hace falta vestirse con lujo ni habitar en los palacios. (Evangelio)
Jesús nos pide que seamos lo que somos.
Que seamos humildes.
*Yo compuse una canción litúrgica que se titula “Paciencia, pueblo.” Contiene las palabras de este labrador. La traducción que usé decía:
Mirad cómo el labrador espera el fruto de la tierra.
Aguarda con paciencia las lluvias de invierno y las de primavera.
**Vea Shelley, “Ozymandias”