Parece increíble reconocer que quizás no hemos cambiado tanto. En muchas maneras seguimos siendo ese pueblo israelita esperando al salvador. Buscándolo y en ocasiones pensando que lo hemos encontrado, una y otra vez. Tratando de reconocerlo en nuestras vidas y en ocasiones, alegrarnos de que, si lo hemos hallado, pero en otras ocasiones entristecernos al ver que se parece al el Señor, pero en realidad no es él.
La cantidad de personas reclamando ser el Mesías eran muchas. Hechos de los Apóstoles cita a par. Un hombre llamado Teudas que “pretendía” y tuvo cerca de 400 discípulos. También menciona a un tal Judas quien hizo lo mismo años después.
Tantos impostores reclamando ser el Mesías, crea en algunos y en las autoridades un sentido de incredulidad y cinismo.
Son las malas experiencias, los engaños y las mentiras a las que hemos sido expuestos en la vida, los que nos llenan de dudas y temores. Y en ocasiones, nos dificultan y obstruyen nuestra capacidad natural de reconocer a Cristo en nuestras vidas, activo, cerca y actuando.
Pensemos en las ocasiones que hemos podido afirmar:“Es el Señor”. “Es el Señor” el que estuvo allí conmigo en aquel momento difícil de nuestras vidas. “Es el Señor”quien me dirigió a la persona indicada y me abrió las puertas a esa gran oportunidad en mi vida. “Es el Señor”quien se me acercó en ese deambulante pidiendo ayuda o en ese pequeño niño buscando juego en el terminal de autobuses. Saber que “Es el Señor” quien me animó y me dio la fuerza para atreverme a hablar y a denunciar una injusticia o abuso. “Es el Señor” quien me inspira a decir la verdad y a valorarla. Que “Es el Señor” quien me permite realmente amar y ser amado.
Pensemos ahora en las ocasiones en donde hemos reconocido que ¡No es del Señor! cuando en nombre de Dios justifican rechazar al otro, al que definen como pecador o diferente y lo tratan como una enfermedad transmisible. ¡No es del Señor! cuando en nombre de Dios predican exclusión y odio. ¡No es del Señor! cuando en nombre de Dios hablan con prejuicio y racismo. ¡No es del Señor! cuando en nombre de Dios culpan al pobre y al que sufre por sufrir y ser pobre.
Reconocer que “Es el Señor” lo es todo. Saber dónde está y en donde no está, es la herramienta de discernimiento más poderosa de nuestras vidas. Esta herramienta, esta certeza fue la que recibieron los apóstoles y muestran cómo actúa en los Hechos de los Apóstoles. Quienes seguían predicando a todos los que podían y a compartir las buenas nuevas de haber reconocido que “Es el Señor”. Por eso no les importa padecer, porque Jesús les advirtió que parecerían. En el intercambio con Pedro, Jesús le dice que morirá por la salvación y que su muerte glorificará al Señor.
“Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios.”
Y después de explicarle esto le dice: “Sígueme”.
Está es la certeza que les da a los discípulos la fortaleza de seguir apacentando las ovejas del Señor, no importarle los que les condenan, amenazan y les prohíben. Como los del sanedrín: “Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús.”
Porque ellos han aprendido a reconocer al Señor y saben dónde está y lo que les pide.
Reconocen que “Es el Señor”.
Dios me los Bendiga y Seamos Santos.