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San Pedro
“¿Me amas?”

En los Hechos de los Apósteles, San Pedro afirmó de manera tan audaz y valiente que “ ¡Es mejor para nosotros obedecer a Dios antes que a los hombres!” Aunque le ordenaron que no predicara durante el desconcierto amenazante del interrogatorio del supremo sacerdote, él permaneció intrépido. Proclamó que el Señor resucitado “da arrepentimiento y perdón de los pecados.” A pesar de más amenazas, San Pedro y sus compañeros salieron de la escena alegres de ser dignos de los malos tratos.

¿Cómo llegó a superarse San Pedro de su fracaso anterior? ¡Qué desgracia! La vergüenza misma sería suficiente para dejarle incapacitado. Nos contaron que tres veces negó conocer al Señor. (Cuando estaba en la escuela primaria, esto me parecía el mayor crimen. Los rusos—o los romanos—vendrían, tirando las puertas. Lo único que tendríamos que hacer es negar ser católicos, negar creer en Cristo. Con valores morales tan altos para juzgar la fe de una persona, ¿cómo podríamos incluir a San Pedro en nuestra clase con tal traición?)

Pero, puede ser humillante preguntar “¿me quieres?”

Sin embargo, San Pedro habría estado acostumbrado a fracasar. Hasta su primera confesión de pecado no le trajo reprimenda de Jesús sino un “Sígueme.” Así que lo siguió. Más tarde subió a la montaña. Con su profesión de fe—“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”—consiguió su nombre: Piedra, la base firme. ¿Lo llamó así Jesús en plan de broma? Poco después, San Pedro rehusó aceptar el destino de Jesús. ¡No ir a Jerusalén ni a la muerte! ¡Ninguna ignominia! ¡De ninguna manera! La reprimenda fue tan fuerte como para parar a un camión. “Aléjate de mí; piensas como Satanás.” Pero, San Pedro que tal vez fuera demasiado terco para darse cuenta de la reprimenda, se puso detrás de Jesús y continuó siguiéndole.

Su tenacidad o quizás por estar acostumbrado a su propia inaptitud, le permitió continuar a seguirlo hasta incluso después de su traición y de la muerte de Jesús. San Pedro y sus compañeros navegaban el mar de Tiberíades. “Voy a pescar.” ¿Cómo se habría sentido, sobre todo en aquel momento cuando él y sus compañeros no tuvieron suerte con la pesca? Sin duda, la voz del pasado debió derramar una inundación de recuerdos de antes. “Muchachos, ¿no tienen algo de comer?”

Como antes, no había nada. Y como antes, se notó el mero poder de la presencia de Jesús sobre el agua. Cuando lanzaron las redes al otro lado de la barca, había tantos peces que no podían acarrear la redada.

Al oír “Es el Señor,” San Pedro se tiró al agua para encontrarlo otra vez. Luego, estaba la hoguera, el pescado y el pan, y los discípulos todavía tartamudeando y preguntándose quién sería. Entonces se oyeron esas palabras maravillosas dirigidas a San Pedro.

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro.
—Apacienta mis corderos —le dijo Jesús.
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
—Cuida mis ovejas.

Y aún una vez más, “¿Me amas?”—algo que le dolió mucho a San Pedro. ¿Por qúe sería?

—Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.

Considere un momento lo que está pasando aquí. Es el comienzo de gran cosa. ¿Hemos dicho estas palabras a otra persona alguna vez? “¿Me quieres?” Una vez que pasamos la niñez, nos entra un pánico a la mayoría de nosotros cuando pensamos hacer tal pregunta. Para algunos hombres es bastante difícil decírselo a la novia o a la esposa. Pero, puede ser humillante preguntar “¿me quieres?” Y ¿cuántas veces ha preguntado un joven si alguien le quiere cuando está deseando profesar su amor? Preguntarlo. ¿Se lo ha preguntado alguna vez a un amigo o a una amiga? ¿A un hermano o a una hermana?

Puedo imaginar un montón de preguntas que Jesús podría haberle hecho a San Pedro. ¿Prometes no traicionarme más? ¿Llegarás a ser más moderado en lo que profesas? ¿Cambias la vida ahora por fin después de traicionarme? Por favor, ¿llegarás a ajustar las profesiones de fe tan cacareadas? ¿Ahora ves por qué tuve que lavarte los pies? ¿Eh, fanfarrón?

Pero no hace nada de esto. Este Dios-hecho-carne sólo se interesa en una cosa, el corazón y la cara de la persona que tiene delante. El don de una persona, aún pecaminosa, tan semejante a la gloria que fue la única imagen de Dios que Dios permitió. El “sí” del ser humano. La afirmación, pronunciada con todo su dolor y debilidad. El volver del espíritu que ganó de nuevo el mismo corazón de Dios para los israelitas una y otra vez. El movimiento de voluntad de María que apresuró la creación divina. El aumento rápido de esperanza que surge con cada deseo humano.

Jesús sólo dijo: ¿Me amas?

¿Qué clase de Dios es éste que adoramos? ¿Qué amor tan maravilloso se ha engendrado para vivir y morir en Jesucristo? ¿Qué clase de hombre tan espléndido era? ¿Cómo es posible que no glorifiquemos a semejante Dios?
Se oye cantar en el Apocalipsis “¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!”

Terminó exactamente como dijo Jesús. San Pedro llegó a ser la clase de hombre que aprendió a glorificar a semejante Dios aún con su muerte.

Juan Kavanaugh, SJ
Traducción de Kathleen Bueno, Ph.D.
El Padre Kavanaugh fue profesor de Filosofía en la Universidad de San Luis, Missouri. Su prematura muerte ha sido muy dolorosa para todos aquellos que le tratamos en su vida.
Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art” religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org