El domingo pasado, el segundo de esta cuaresma, los
adultos que se van a confirmar en la Vigilia Pascual se
presentaron a la comunidad parroquial.
Los adultos que se confirmarán el Sábado Santo también
pasarán por el escrutinio de nosotros durante las misas
de domingo. En sus propias reuniones, ellos darán sus
reflexiones sobre tres pasajes del evangelio según Juan:
la historia de la mujer samaritana (cap.4), la del
hombre nacido ciego (cap.9) y la de la resurrección de
Lázaro (cap.11).
Durante nuestras celebraciones eucarísticas dominicales
y cuaresmales, nosotros utilizaremos, no esas lecturas
sino las del Ciclo B. Cada juego de lecturas comienza
con la celebración de una alianza entre Dios y el
pueblo. Dios se une a la humanidad entera por medio de
la familia de Noé. El se vincula a una nación como signo
a las demás naciones por medio de Abraham. Forma su
alianza con los que viven una nueva opción moral por
Moisés. Y finalmente, el Señor pone su morada entre los
nuevos israelitas regresados del exilio por medio de un
grupo de sacerdotesprofetas revolucionarios.
En este Tercer Domingo de cuaresma, la primera lectura
nos llama a aceptar la alianza moral hecha con Israel
durante su paso por el desierto. Para el israelita, Dios
nunca es un ser sin relación con el pueblo o más allá de
todo reconocimiento. Dios existe relacionado con
nosotros y nuestros asuntos. Según la Biblia Dios hace
sólo dos cosas: crea del caos y libera de la esclavitud.
Nosotros nos responsabilizamos de los lados contrarios
de esas dos monedas de la creación y la liberación: la
organización de la vida y la responsabilidad de nuestras
acciones.
Según las famosas Diez Palabras que llamamos
Mandamientos como si fueran una imposición, Dios promete
acompañarnos siempre si nos comprometemos a abandonar
poco a poco el multiple desorden y esclavitud de
nuestras vidas.
En la lectura seleccionada hoy de la primera carta a los
cristianos de Corinto, San Pablo nos recuerda de que no
entendemos nada de lo que Dios nos habla. La Palabra
hablada por Dios desde el principio que se ha hecho
carne en nuestra humanidad dice lo que no queremos
escuchar. Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, vive
la vida totalmente, no permitiendo nunca que nadie se la
quite, pero dándola por nosotros y empapándonos con
ella.
Jesús vive más allá de los principios de todo lo que
significa la sabiduría humana del occidente y las
esperanzas humanas del oriente. Como judíos o griegos de
filosofía, no entendemos nada ni de Dios ni de su
Cristo.
La selección del evangelio según Juan con la que
cerramos las lecturas del fin de semana es escandalosa.
Se encuentra al principio del evangelio, no como en las
versiones sinópticas. Jesús no quiere reformar el templo
sino quitarlo. Marcos es el único sinóptico que dice
algo semejante cuando compara el templo con una higuera
que no da su fruto ni dentro ni fuera de la época de la
cosecha.
Jesús dice a los que le critican que ellos han
convertido el templo en un mercado, poniendo los
animales de sacrificio en los lugares destinados para
las reuniones de extranjeros y mujeres. En otras
palabras, las personas que necesitan el templo ya no lo
pueden usar. Pero Jesús va más allá de esta crítica. No
habla de la destrucción ni de la reconstrucción de un
templo similar. Ahora habrá sólo un templo, aquel
mencionado por los cristianos palestinos en nuestra
Carta a los Hebreos, el mismo Cristo. Poseemos un solo
templo, un sacerdote y un sacrificio, Cristo Resucitado.
El se hace presente totalmente en la comunidad cuya vida
compartimos. Cristo es la reunión del pueblo, la
proclamación de la Buena Nueva y la fracción del pan.
Vivimos sólo como vive él.
Según lo que leemos y escuchamos de las lecturas
cuaresmales dominicales, ¿estamos preparados para hacer
el escrutinio de los que serán confirmados en la Vigilia
Pascual? ¿Vivimos la alianza moral ofrecida por Dios?
¿Hemos abrazado la sabiduría de Dios en lugar de la
nuestra? ¿Vivimos ahora sólo en Cristo, el templo único
de Dios?
P. Donaldo Headley
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