El Evangelio
de este tercer domingo de Cuaresma nos da un cuadro
espantoso de Jesús. El salvador humilde se ha convertido
en violento. Se llena de cólera al ver a los comerciantes
que venden bueyes, ovejas y palomas en el templo, a
cambistas que hacen su comercio en la casa de Dios.
No sólo es esto diferente del Jesús que conocemos, sino
que, además ¿no viola esto el funcionamiento del templo?
Estos comerciantes estaban vendiendo animales porque los
animales eran necesarios para las ofrendas quemadas. La
gente tenía que comprar esos animales en algún sitio. Y
tenían que cambiar su dinero, ya que muchos de ellos
venían de países con divisas diferentes. ¿No parece
completamente razonable lo que hacen?
No para Jesús. Él grita, “¡Están profanando el templo de
mi Padre!” Él agarra algunas cuerdas sueltas y hace con
ellas unos nudos. ¡Con esto Él azota a los vendedores, los
azota! ¡una escena terrible! Después tira al suelo, todas
revueltas, las monedas cuidadosamente clasificadas y
termina lanzando las mesas en este caos que Él ha creado.
¿Cómo puede convivir tal furia con el Jesús silencioso,
humilde que veremos en la Semana Santa? Entonces Él apenas
dirá una palabra, aunque sus enemigos violen el templo más
sagrado del Padre: Jesús mismo.
¿Qué está pasando aquí?
Algunas razones externas de esta vehemencia son evidentes.
A los vendedores se les permitía estar sólo en el patio
del templo, no dentro donde ahora se habían colocado. Y
quizás las prácticas fraudolentas de los mercados al aire
libre habían encontrado su camino al templo. Apoyar el
dedo en la báscula para aumentar el peso, inflar los
precios, todo eso.
Hay otra razón interna que es mucho más importante. Jesús
sabía con bendita certeza lo que los seres humanos fueron
creados para ser. Somos creados para estar llenos de la
presencia de Dios, para ser amados por Dios y, a cambio,
amar a Dios. Somos más lo que debemos ser cuando no
estamos atrapados por el honor a la riqueza y al orgullo.
Estamos diseñados para “cerrar la puerta al mal y abrirla
a Dios.” Jesús debe haber sido agobiado cuando vio que los
comerciantes abandonaban lo divino y preferían el dinero
en efectivo, y hacían trampas por conseguirlo en el centro
mismo del espacio sagrado. Todo estaba al revés.
¿Por qué reaccionó Él tan diferentemente durante la Semana
Santa? ¿Por qué estuvo silencioso entonces? La respuesta
tiene que ver con el crecimiento personal. Para entonces
Jesús había comprendido las profundidades de su misión: no
sólo para hacer obras sociales-eso era la escena del
templo — ni curar a la gente milagrosamente, ni predicar
en las laderas de las montañas. Él vio que que debía
unirse con nuestra muerte así como con nuestra vida, que
debía unirse con nosotros en los daños terribles que nos
causamos unos a otros. Sólo entonces podría Él mostrar
cuan cercano está Dios.
La cólera es una reacción justa y comprensible ante el
egoísmo y la avaricia. Esta gente estaba buscando la
ganancia a corto plazo en vez de la libertad, santidad,
verdad, y finalización del espíritu humano. Aún peor,
ellos estaban haciendo todo esto a la gente que Jesús
había venido a salvar. Él se lanzó contra estos avaros
cegados por el dinero. Su sentimiento fue verdadero y
totalmente impresionante. Por contraste, en la cruz Él se
vaciaría. Él rendiría todo, incluso su furia, una
rendición que anularía la avaricia de los cambiadores de
dinero en el templo.
John Foley, S. J. Traducción de
Julián Bueno, Ph.D.
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