En ocasiones Dios nos permite reflexionar en algo que
valoramos mucho para mostrarnos entonces algo que es
aún mas preciado.
Los samaritanos dependían del pozo de Jacob. Este
pozo era su legado. Con el mantenían sus
cultivos, sus animales y sus familias.
Jesús quiere que prestemos atención a la
herencia que él quiere dejar, la vida eterna.
“Dame de beber” es la frase que dice
Jesús a la samaritana, y ella no se sorprende por
ella, se sorprende que un judío le estuviera
dirigiendo la palabra. Los judíos no solo no le
hablaban a los samaritanos, sino que los menospreciaban
y les consideraban inferiores. Una persona que ante la
sociedad era superior a ella, le estaba hablando, y mas
que eso, pidiéndole ayuda.
Puede que nos sintamos así con Dios, a veces no
podemos entender como puede un Dios todopoderoso
prestarnos atención, escuchar nuestras oraciones,
pero a veces lo mas difícil de creer, es que Dios
también nos pide ayuda, el ser supremo y
todopoderoso quiere necesitarnos y nos ama.
Al ver como reaccionó la samaritana, Jesús
le dice:
“Si conocieras el don de Dios, y quien es el que
te dice: Dame de beber, tu le habrías pedido a
él, y él te habría dado agua
viva”
En otras palabras Jesús le esta diciendo que si
supiera lo que Dios realmente nos ofrece cuando entramos
en una relación con él, estaríamos
con ansias locas de buscarle y de encontrarle. Y lo
hermoso es que él quiere ser encontrado.
Pero como la samaritana, a veces somos nosotros, no
Dios, quienes limitamos lo que queremos recibir de
él. Nos conformamos con poco, nos quedamos en la
superficie.
Es aquí donde Jesús nos muestra bajo un
microscopio un principio básico e importante de
nuestra naturaleza humana: somos insaciables.
Yo tengo un amigo que hace un tiempito atrás
estaba soñando y no hacia mas que hablar de que
quería un televisor nuevo. Después de unas
semanas me vuelvo a encontrar con él y le
pregunto: “¿te compraste el televisor que
querías?” Y el me dijo: “si pero
ahora quiero un carro nuevo”.
Y sólo tenemos que pasearnos por unos minutos
alrededor de nuestra casa para ver todas las cosas que
compramos y deseábamos, que ya hoy en día
no nos gustan o nos cansamos ya de ellas.
Somos insaciables.
La imagen del agua funciona perfectamente con nuestra
naturaleza. Es cotidiana y muy necesaria. Si tomamos
agua, nos va a volver a dar sed, no importa cuanta
tomemos. Por eso la idea de agua que nos satisfaga
completamente era tan atractiva para la samaritana.
“¿De dónde, pues, tienes esa agua
viva?”
Si estuviera en nosotros la capacidad de encontrar
aquello que nos satisfaga completamente y que nos
permita dejar de desear, todos lo buscaríamos.
Para ser felices, no nos hace falta comprar algo que
todavía no tenemos, no es una meta profesional o
una pareja… es encontrar la fuente.
Jesús nos quiere ayudar a entender que como seres
humanos estamos diseñados para ser completamente
satisfechos, solo con Dios. Dios es el único que
puede llenarnos.
Pues él nos creó para buscarle y
encontrarle, estamos alambrados para necesitar a Dios.
Nuestros deseos humanos, y la naturaleza insaciable de
nuestro ser son un indicio de nuestra búsqueda y
nuestra necesidad de Dios. Dios es nuestra agua viva.
Lo que Jesús nos ofrece es lo que realmente
buscamos.
Ahora, hay muchas cosas que nos entorpecen acercarnos a
Dios, pueden haber muchas cosas tangibles, como nuestro
apego a cosas materiales, nuestro deseo de poder y de
satisfacción instantánea, pero el mayor
estorbo para acercarnos a Dios se encuentra en nosotros
mismos. Cuando pensamos que tenemos que pretender ser
alguien que no somos para que Dios nos acepte. Hacer
ciertas cosas, comportarnos de cierta manera...No
tenemos que pretender ser perfectos para acercarnos a
Dios. Se trata de tener un deseo verdadero por buscar y
encontrar a Dios. Se trata de mostrarnos a Dios tal y
cual somos con nuestras virtudes y defectos y con la
apertura y disposición de ser transformados por
él. Esta apertura, esta honestidad nos lleva a
ser esos adoradores en espíritu y verdad a los
cuales Jesús se refiere. Se nos invita a ser
completamente abiertos y honestos en nuestra
relación con Dios. No hay otra manera de
acercarnos a él.
Instintivamente mientras descubrimos a Dios, nos damos
cuenta de todo aquello que nos pesa, que nos estorba
para seguirle. Y así, como la samaritana,
dejó su cántaro, para proclamar la buena
noticia, así también nosotros, poco a
poco, descubrimos aquellas cosas que nos acercan o nos
alejan de Dios. Y de repente descubrimos aquello que ya
no nos llena y aquello que ya no necesitamos y lo
ponemos a un lado.
Y cuando descubrimos nuestra fuente de felicidad. Que
también es nuestra fuente de salvación,
nos invade un espíritu de generosidad, porque
Dios nos llena y nos desborda de sus gracias, no tenemos
otro deseo, otra necesidad que compartir las gracias
recibidas. Eso, mis hermanos y mis hermanas, es un
corazón saciado.
Sindy Collazo, MBA, MTS
Sindy Collazo es una
puertorriqueña graduada de Weston Jesuit School
of Theology con un grado de Maestría en
Estudios Teológicos.
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