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Estoy meditando sobre la mujer del pozo. Su historia en
el Evangelio tiene muchos puntos de vista, pero lo que
me atrae es la parte acerca del agua que calma nuestra
sed.
En el Evangelio, Jesús le pide a la mujer que
saque un poco del agua deliciosa del pozo para que
Él pueda beberla. Ella es Samaritana. Tal vez
ella puede ver su necesidad, y haga algo.
La sed está siempre presente en este planeta
azul. Algunas veces dramáticamente. Recuerdo
cuando yo iba manejando una bicicleta con un amigo en el
campo durante un día soleado. No habíamos
pensado en una colina que continuaba empinándose
ante nosotros, una bien larga y fatigante. Pedaleamos y
pedaleamos hasta llegar a la cima. Lo logramos. Pero la
humedad y el calor nos secaron. Estábamos bien
secos y sedientos. A la izquierda había una casa
de campo o residencia de alguna clase. ¿Por
qué no pedir un vaso de agua?
Vimos que la casa estaba en la cima de otra colina, y
como a cuatrocientos pasos de distancia. Bueno tal vez
no cuatrocientos pero eran muchos. ¿Cómo
íbamos a enfrentarnos a otro reto olímpico
y subir tantos escalones empinados para someter a un
ciudadano inocente a nuestras peticiones?
No hay problema. Subimos los escalones, tocamos a la
puerta, y recibimos los saludos de una señora muy
amable, quien no pudo pensar en nada más
placentero que darnos un vaso grande de agua
fría. Aaaahhhh. Bebimos hasta el fondo del vaso.
Lo saboreamos, nos refrescamos. Y nos fuimos!
Nada en el mundo pudo haber sabido tan delicioso y
satisfaciente. Estábamos deseando lo que nuestros
cuerpos pedían, y recibimos una respuesta
generosa.
Parece ser que los seres humanos tienen una sed por algo
mucho más profundo que esta anhelada
satisfacción. Como San Pablo lo dice en la
Segunda Lectura, estamos sedientos “del amor
derramado por Dios en Jesús a través del
Espíritu Santo” Amor. Esta es una necesidad
primordial, como la necesidad de agua; hay un
“vacío del tamaño de Dios”
dentro de nosotros, un anhelo por al amor más
grande que existe.
Jesús dice que pondrá una fuente con tal
agua dentro de la mujer Samaritana. Acabará con
su sed para siempre.
A menudo, tú y yo, usamos cosas menos importantes
para tratar de satisfacer esta gran necesidad: alimento,
trabajo, apariencia, logros, otras personas, sexo, y
muchas más. Todas estas cosas son buenas, pero en
exceso pierden su efecto. Aún en su mejor forma
nos dejan murmurando “ ¿Es esto todo lo que
es”
No, eso no es todo. Cada uno de nosotros está
hecho de tal forma que morimos sin amor verdadero. Si
nuestra pequeñez está hecha para un alma
que se abre al amor y especialmente al más grande
de todos los amores, entonces tenemos que abrir esta
profundidad en el centro de nuestro ser. Cualquiera que
sean los cuidadosos pasos que tomemos, necesitamos, una
Cuaresma tranquila, abnegación, revisar nuestras
vidas, aún estar en paz con nuestras
pérdidas.
En otras palabras, tenemos que pedalear hasta la cima de
la colina, subir los innumerables escalones y animarnos
a tocar la puerta y esperar.
Esperar. Cuaresma.
Tal vez Jesús abrirá la puerta.
Y nos dará “ una fuente de agua brotando
hasta la vida eterna”.
Por P. John Foley, S. J.
de la Universidad de San Luis
(traducido por Luis Infante, S. J.)
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