Se supone que la gente cristiana no sólo va a hablar de su fe, sino también actuar según sus normas. Reuniéndose el sábado o domingo para dar gracias a Dios por la vida regalada no ayuda mucho si uno nunca logra vivirla. Si nos aferramos tanto a la vida que jamás la arriesgamos en la presencia de los demás, nunca llegaremos a apreciar su propósito y fin.
La historia de Caná dice que somos un pueblo que celebra y que nuestro discipulado debe traer alegría a nuestro lugar y tiempo de la manera más práctica posible. El miedo no cabe en la comunidad de fe. El relato sobre el agua convertida en vino nos dice que la transformación de nuestro mundo debe llenarlo, no de temores y vacilaciones, sino de regocijo y acción; hemos llegado al principio de la nueva creación.Todo don de Dios es una tarea. En la sinagoga de Nazaret, Jesús abre la agenda del Reino de Dios a su propia vida y a la de sus vecinos. Según Isaías, Dios reclama su acceso a la vida del pueblo; nadie puede poner un obstáculo a la opción de Dios de morar con nosotros. Dios actúa. El ciego verá y al pobre se le va a perdonar la deuda; los que viven en la oscuridad escogerán su camino y al oprimido se le quitarán las cadenas.
En Nazaret, el pueblo que se reúne en la sinagoga aplaude a su paisano cuando él lee las palabras de Isaías y les dice que ese día se ha cumplido la promesa de Dios. El sigue con su comentario y ellos dejan de aplaudir. El insiste en que ellos son una mera sombra de lo que deben ser, que la Palabra de Dios se ha perdido en ellos y que el pueblo más huérfano en la historia ha respondido a Dios mejor que ellos. El insiste en que la Palabra de Dios no es solamente una poesía bonita de un profeta muerto, sino una espada de doble filo cortando igual a la apatía y a la malicia para establecer una justicia olvidada desde hace cuatrocientos años. El les dice que Dios los tiene por muertos a causa de sus vidas tan estériles y sin esperanza, produciendo sólo nostalgia y sueños vacíos.
Jesús les dice la verdad y sus palabras los hieren hasta los nervios. Ellos le reponden echándose encima para tirarlo del barranco de la loma de la sinagoga. Con calma, él pasa por en medio de la muchedumbre y sale del pueblo.
En la primera lectura de hoy, Jeremías nos recuerda su vocación de profeta. El está para provocar la acción del pueblo; él será la voz de todos los que no tienen ni casa ni comodidad, pero que deben actuar ya antes que se les pierda su historia. El profeta pone su vida y palabra en el crisol del tiempo para quemarse y dar luz a los que moran en las sombras. Su mensaje es claro y exigente: la vida es más que la suma de su pasado; ella es la llave a la responsabilidad del momento actual y la puerta que abre el camino al futuro de Dios. Para que nuestras vidas produzcan lo que es posible, debemos escoger estar en donde podemos servir, estar a la orden de los compañeros y con todas las personas que se atreven a juntarse para llevar a cabo la agenda de Dios.
Pablo habla a los corintios del amor como el don principal cristiano. Según Pablo, vivir por amor quiere decir estar como Jesús, en pleno riesgo de la vida, sin miedo ni de los precipicios ni de las actitudes de los que palpan el desafío de su amor.
Como los discípulos de Jesús, hemos sido invitados a decir la verdad de los profetas, a anunciar la presencia del Dios que resucitó a Jesús y a vivir la vida que exige la Resurreción de nosotros. Si hemos muerto con Cristo, también hemos resucitado con él. Vivimos con el reto de entrar en las mismas luchas que ocuparon su tiempo y lugar, pero hoy y aquí.
¿Estamos dispuestos a escribir la historia de nuestra comunidad, tocar nuestras familias con un amor más tierno y significativo, abrazar a los vecinos con fe en el futuro? Los discípulos de Jesús viven siempre de forma arriesgada. Se nos invita a dar una respuesta positiva a la invitación de las Escrituras.