En la vida, de vez en cuando, necesitamos reorientarnos o readiestrarnos para la vida. Pasa que a veces nos perdemos. Perdemos la certeza de nuestros pasos y no estamos seguros de que dirección continuar. Braceamos sin progresar, nos salen los esfuerzos mal y no entendemos por qué. Es como un mueble complicado de Ikea, con muchas piezas aparte y no entendemos las instrucciones para poder montarlo.
Nuestro camino hacia Dios, tiene una dinámica similar. De vez en cuando tenemos que volver a los fundamentos de nuestra fe, las instrucciones; volver a lo primero que aprendimos para recobrar nuestro camino.
En la lectura del profeta Nehemías. El pueblo de Israel había sido liberado del cautiverio en Babilonia. Después de varias generaciones, deciden volver a Jerusalén. Cuando llegan, encuentran desorden. Un lugar que necesitaba ser reconstruido, no solo físicamente, sino también, espiritualmente. El sacerdote Esdras reconoce la situación y lo primero que hace es comenzar a leer las escrituras. Él supo que tenían que comenzar desde cero, por lo básico. Y parado en medio de la plaza, desde el amanecer del día y lee las escrituras.
En el evangelio de Lucas, Jesús agarró el volumen del profeta Isaías donde dice: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.” Cuando enrollo las escrituras y se sentó, les dice algo que los va a dejar perplejos: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Explicando su promesa de salvación y dice que esa promesa “se ha cumplido” con su llegada.
Con este pasaje, estamos invitados a recordar de que se trata nuestro camino de fe. Para recordar, no basta solo con recurrir a las escrituras; a la tradición; al mensaje central de nuestra fe. Sino que tenemos que recordar que también somos protagonistas de esta historia. Y eso es lo que Pablo quiere decirnos en la segunda lectura de la primera de Corintios. Nos recuerda que todos somos parte del Cuerpo de Cristo. Que el ojo no es más importante que la boca, ni que la oreja, ni que la mano. Esto realza la importancia de cada uno de nosotros.
Nos dice: ¡Tu eres importante y eres parte del plan de salvación! No solamente te estamos incluyendo como alguien quien va a ser redimido, sino que, tú también formas parte de ese equipo de Cristo. Tú formas parte del Cuerpo de Cristo que va a redimir el mundo.
Cuando decimos que somos parte del Cuerpo de Cristo, no hablamos de una participación pasiva; no hablamos del “pon”, “aventón”, “ride” para ir al cielo. Si no, como parte del Cuerpo de Cristo, heredamos también la misión de redención que Cristo trajo. Es también nuestra responsabilidad co-redentora, compartir a Cristo y las buenas nuevas de redención con este mundo.
¿Y que exactamente estamos llamados a compartir?
Pues, lo más importante, los temas fundamentales del plan de salvación. Como el amor, la verdad, el perdón y la misericordia. Como el cuidado a los marginados, a los enfermos y a los vulnerables. Recordando que es nuestro trabajo y que a cada uno de nosotros le toca una parte. De eso se trata ser parte de ese Cuerpo de Cristo. Nosotros somos sus brazos y sus pies. A nosotros nos toca sanar el corazón herido; a nosotros nos toca ayudar al pobre; a nosotros nos toca liberar a los oprimidos, sanar a los enfermos y liberar a los cautivos. Reconocer que es nuestro trabajo.
La labor de redención está aún por completarse. Cuando Jesús dijo: “Hoy mismo se ha cumplido” es porque sabía que contaba con nuestra cooperación. Jesús sabía que todos aquellos que forman parte de su Cuerpo, toman también su misión y ser presencia de Cristo para este mundo. Tenemos la capacidad de anunciar y dar testimonio de la Gracia en el mundo.
A veces nosotros necesitamos reavivar nuestra fe y a veces otros, alrededor nuestro, lo necesitan también. Los dejo con esta oración:
Señor, aviva mi pasión por proclamar tu gracia y el regalo de la vida eterna con mi vida.
Permite que mi amor se asemeje cada día más a tu amor.
Permite que mi perdón se asemeje cada día más a tu perdón.
Permite que mi verdad se asemeje cada día más a tu verdad.
Permite que mi acción en este mundo muestre cada día más tu compasión y misericordia.
Y se me olvida todo esto, permite en mi vida la presencia de personas que me lo recuerden. Y que así, alcancemos tu gloria, vivamos la vida en la unidad y el amor que nos has preparado. Amen.
Dios me los Bendiga a todos y Seamos Santos.