Tal vez la falta más continua de nosotros los cristianos es nuestra desgana por tomar en serio y por completo el Evangelio. Tenemos una capacidad extraordinaria de apartar de la mente los segmentos de las sagradas escrituras que suponen un reto para nuestros prejuicios y de destacar los que confirman nuestra ventaja.
Hoy en día, una cuestión que recibe poca atención es si nuestra fe tiene algo que ver con la justicia, la economía, el capitalismo, la pobreza u otros temas sociopolíticos. Hemos abierto un abismo entre el mundo de la fe y el mundo de los asuntos “reales.” Como consecuencia, no tenemos que preocuparnos jamás por cambiar nuestro comportamiento ni por enfrentarnos con nuestra cultura.
Esto es bastante raro para un grupo que sostiene que sigue el camino del Señor. Desde luego, Jesucristo realmente empezó a enseñar a la gente bajo el poder del Espíritu Santo, con las grandes palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar la libertad a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor.”
¿Qué tipo de contrato con América se podría formar de tal declaración? ¿Qué clase de informe presidencial se podría redactar? ¿Les diría a los pobres que aprieten el cinturón? ¿Nos hablaría de bajar los impuestos para la clase media? ¿Se burlaría de los que reciben ayuda del gobierno? ¿Propondría construir murallas aún más grandes para que no entren los inmigrantes?
No es cuestión de ser demócrata o republicano. Ninguno de los dos partidos se inspira en las convicciones del Evangelio, a no ser que se aproveche de los valores religiosos para apoyar a alguna ideología conservadora o liberal. Los dos partidos tienen en común la convicción de que lo que más importa es el dinero y los intereses creados. Hasta los nonatos, los más pobres y amenazados entre nosotros, pasan a segundo plano porque los pragmáticos se interesan más en las ganancias del capital.
Así es la política de hoy.
Pero una política de hombres y mujeres de fe es una política conmovida y transformada por la fe. Las palabras de Isaías, pronunciadas por Jesús en el Evangelio de San Lucas, se supone que quedan cumplidas al oírlas. Nosotros convertimos sus palabras en realidad, realizamos nuestra fe, sólo si aplicamos esta fe en nuestro mundo real. Este es el mundo de la vida y del amor, de las personas en nuestra sociedad, de las naciones, de las economías. Sin esta práctica, la misión de Jesús queda debilitada. Nuestra fe llega a ser un perrito faldero de los gustos asimilados y de las sedes del poder.
Sin duda hay motivos humanísticos para oponerse a la pena de muerte y al aborto, para un reparto más justo de los bienes y de los dones de este mundo, para el uso de los talentos y las habilidades al servicio de los demás en vez de la autocomplacencia espantosa.
Pero cuando un cristiano se opone a los homicidios en el pena de muerte o en la sala de partos, cuando un cristiano propone una economía de servicio en vez de una de avaricia, no es solamente una cuestión de cálculo humano. Para nosotros, es cuestión de fe. Es cuestión de si verdaderamente creemos las palabras que hemos oído y las acciones que hemos visto en Jesús, quien representa de manera más plena la voluntad de Dios y nuestra misión.